Si hay algo
que nuestra cultura occidental nos dificulta extremadamente es alcanzar el estado de permanente serenidad.
Estamos inmersos en una sociedad exigente, impaciente, ansiosa. Vivimos deprisa. El tiempo es oro. El tiempo es dinero. Pero bueno, ¿Quién te ha dicho esas mentiras? Y tú que eres inteligente y piensas críticamente... evalúa estos valores y sopesa si merecería la pena modificar o reestructurar los esquemas que te han enseñado sobre el mundo que conoces.
Todavía no es demasiado tarde para reeducarse, para corregir todo aquello que hemos aprendido que no nos sirve porque no nos hace felices.
Estamos inmersos en una sociedad exigente, impaciente, ansiosa. Vivimos deprisa. El tiempo es oro. El tiempo es dinero. Pero bueno, ¿Quién te ha dicho esas mentiras? Y tú que eres inteligente y piensas críticamente... evalúa estos valores y sopesa si merecería la pena modificar o reestructurar los esquemas que te han enseñado sobre el mundo que conoces.
Todavía no es demasiado tarde para reeducarse, para corregir todo aquello que hemos aprendido que no nos sirve porque no nos hace felices.
Qué entendemos por serenidad
La palabra serenidad en alemán es “Gelassenheit”. Ge-lassen-heit. Lassen significa dejar, y forma parte de este sustativo porque el significado de esta palabra puede ser analizada y entendida a partir de dos verbos derivados: loslassen, que significa „dejar ir“ y zulassen, que podemos traducir como „aceptar, recibir del entorno“.
Se trata de saber dejar ir ideas fijas, obsesiones ciegas, objetivos concretos, juicios determinados. A su misma vez hace referencia a ser capaz de aceptar las cosas tal y como vienen, de aceptar situaciones nuevas o caóticas, contrariedades, de superar miedos. Podemos describir la serenidad como una pasividad activa o una actividad pasiva.
Significa
respirar, no ahogarse.
El que todo
lo acepta, pierde identidad. El que todo lo deja ir, tiene una débil personalidad. La
serenidad no consiste en eso. Consiste en encontrar el equilibrio entre polos extremos. Solo el que es abierto y cerrado,
limitado y curioso, conservador y progresista, evitador y buscador, es un
auténtico maestro de la serenidad.
Pero a
nosotros nos han enseñado lo contrario. La sociedad de Occidente en general y nuestra cultura en particular transmiten unos valores postmodernos mitificados y muy poco apropiados, hasta ahora nos han hecho creerlos e interiorizarlos y son estos mitos los que nos impiden alcanzar este estado mental tan positivo.
¿Cuáles son
estos mitos?
Pues bien, sin irme demasiado por las ramas, voy a enumerar a continuación una serie de mitos que son los que habitualmente son enseñados en Occidente y que están profundamente instalados en el guión general que dirige a nuestra mente adulta. Se reflejan y manifiestan en nuestro estilo de pensamiento y en nuestra conducta. Léelos y reflexiona sobre la posible modulación y reestructuración en tu sistema de valores y creencias actual.
Mito 1: Solo es correcto aquello que no es ambivalente.
Solo existe o esto o lo otro, la ambivalencia no puede coexistir, pues de lo contrario se estaría siendo ilógico o caótico.
Mito 2: Si alguien está de base satisfecho con todo, es que algo falla en esa persona.
No se debe estar satisfecho con todo ni ser conformista. La insatisfacción es el motor de la vida.
Mito 3: La imagen que nos inculcan de héroe con éxito no es la de una persona serena.
Si se quiere lograr el éxito, es imposible dejar ir o aceptar las cosas tal y como vienen, hay que perseguir las metas hasta conseguirlas. Ser persistente e inflexible es la clave del éxito.
Mito 4: Ser una persona serena es sinónimo de tener problemas con uno mismo.
Significa pasividad y resignación y eso es algo negativo. En el mundo occidental se debe luchar.
Mito 5: El tiempo es oro.
Nuestro tiempo cuesta dinero. Todo tiempo no productivo en un contexto económico es tiempo perdido. Hay que estar permanentemente mental y corporalmente ocupado. Las cosas deben suceder ya y ahora, rápido.
Apenas dedicamos pues tiempo al silencio, a la reflexión, a la tranquilidad, a la paciencia, pues no son actividades socialmente productivas, siendo éstas sin embargo necesidades humanas importantísimas que deberíamos cuidar siempre.
Mito 6: Cuando se está insatisfecho, hay que esforzarse por conseguir aquello que nos falta.
Y por consiguiente siempre nos falta algo. Una vez consigamos lo que nos falta, estaremos satisfechos. Y una vez satisfechos, aparecerá de nuevo insatisfacción por la aparición de una nueva carencia previamente no existente, que deberemos cubrir y así sucesivamente.
Situamos la satisfacción en el exterior, y no en nuestro interior.
Mito 7: Toda persona tiene el derecho de tener buena suerte, de tener fortuna.
Si no es así, debe forzarse. Y a ser posible, rápido. La desgracia o infortunio es un trastorno, un robo, algo que no debe tener cabida en la vida de nadie.
Si has sido educado en este sistema de valores y creencias y te has sentido identificado, reflexiona y evalúa si pensar así te hace ser más feliz.
Un ejemplo simple. Algunas personas me han preguntado cómo puedo pasar tanto tiempo con bebés y si no me parece aburridísimo. He conocido hasta padres que se aburren pasando tiempo con sus bebés porque no saben qué hacer (en el tiempo de ocio, me refiero). La verdad es que nada me aburre más en la vida que las personas que piensan así. Los bebés y los niños, hasta una determinada edad en la que conseguimos mediante la educación abolir esta capacidad innata, son aún verdaderamente libres y no han asimilado estos mitos que he mencionado y que los adultos tenemos tan interiorizados. Practican y poseen de forma natural la maravillosa capacidad de prestar atención plena a la actividad que realizan y al entorno (mindfulness), esa capacidad de la que tanto hablan ahora los psicólogos y las revistas científicas, esa que los adultos tratan de trabajar de nuevo porque alguien nos ha recordado que existía y que por cierto, es saludable.
Pues no es en absoluto una capacidad nueva que aún no has adquirido, sino que la has estando practicando durante muchísimo tiempo. Durante tu infancia.
Para mí el tiempo dedicado a bebés y niños es un tiempo ralentizado de paz, de atención plena, de aprendizaje. Soy yo la que reaprendo de ellos. Nada admiro más que a un bebé pasando horas y horas investigando, observando, palpando y analizando algo tan simple como una piedra o un papel que se ha encontrado por el suelo. No se preocupa por el paso del tiempo, le da igual que fuera haga un día soleado o que haya otros estímulos a su alrededor. El niño está tan concentrado en su piedra, en su papel o en hacer un dibujo y puede pasarse con esa actividad tan aparentemente simple toda la tarde.
Pues bien, sin irme demasiado por las ramas, voy a enumerar a continuación una serie de mitos que son los que habitualmente son enseñados en Occidente y que están profundamente instalados en el guión general que dirige a nuestra mente adulta. Se reflejan y manifiestan en nuestro estilo de pensamiento y en nuestra conducta. Léelos y reflexiona sobre la posible modulación y reestructuración en tu sistema de valores y creencias actual.
Mito 1: Solo es correcto aquello que no es ambivalente.
Solo existe o esto o lo otro, la ambivalencia no puede coexistir, pues de lo contrario se estaría siendo ilógico o caótico.
Mito 2: Si alguien está de base satisfecho con todo, es que algo falla en esa persona.
No se debe estar satisfecho con todo ni ser conformista. La insatisfacción es el motor de la vida.
Mito 3: La imagen que nos inculcan de héroe con éxito no es la de una persona serena.
Si se quiere lograr el éxito, es imposible dejar ir o aceptar las cosas tal y como vienen, hay que perseguir las metas hasta conseguirlas. Ser persistente e inflexible es la clave del éxito.
Mito 4: Ser una persona serena es sinónimo de tener problemas con uno mismo.
Significa pasividad y resignación y eso es algo negativo. En el mundo occidental se debe luchar.
Mito 5: El tiempo es oro.
Nuestro tiempo cuesta dinero. Todo tiempo no productivo en un contexto económico es tiempo perdido. Hay que estar permanentemente mental y corporalmente ocupado. Las cosas deben suceder ya y ahora, rápido.
Apenas dedicamos pues tiempo al silencio, a la reflexión, a la tranquilidad, a la paciencia, pues no son actividades socialmente productivas, siendo éstas sin embargo necesidades humanas importantísimas que deberíamos cuidar siempre.
Mito 6: Cuando se está insatisfecho, hay que esforzarse por conseguir aquello que nos falta.
Y por consiguiente siempre nos falta algo. Una vez consigamos lo que nos falta, estaremos satisfechos. Y una vez satisfechos, aparecerá de nuevo insatisfacción por la aparición de una nueva carencia previamente no existente, que deberemos cubrir y así sucesivamente.
Situamos la satisfacción en el exterior, y no en nuestro interior.
Mito 7: Toda persona tiene el derecho de tener buena suerte, de tener fortuna.
Si no es así, debe forzarse. Y a ser posible, rápido. La desgracia o infortunio es un trastorno, un robo, algo que no debe tener cabida en la vida de nadie.
Si has sido educado en este sistema de valores y creencias y te has sentido identificado, reflexiona y evalúa si pensar así te hace ser más feliz.
Un ejemplo simple. Algunas personas me han preguntado cómo puedo pasar tanto tiempo con bebés y si no me parece aburridísimo. He conocido hasta padres que se aburren pasando tiempo con sus bebés porque no saben qué hacer (en el tiempo de ocio, me refiero). La verdad es que nada me aburre más en la vida que las personas que piensan así. Los bebés y los niños, hasta una determinada edad en la que conseguimos mediante la educación abolir esta capacidad innata, son aún verdaderamente libres y no han asimilado estos mitos que he mencionado y que los adultos tenemos tan interiorizados. Practican y poseen de forma natural la maravillosa capacidad de prestar atención plena a la actividad que realizan y al entorno (mindfulness), esa capacidad de la que tanto hablan ahora los psicólogos y las revistas científicas, esa que los adultos tratan de trabajar de nuevo porque alguien nos ha recordado que existía y que por cierto, es saludable.
Pues no es en absoluto una capacidad nueva que aún no has adquirido, sino que la has estando practicando durante muchísimo tiempo. Durante tu infancia.
Para mí el tiempo dedicado a bebés y niños es un tiempo ralentizado de paz, de atención plena, de aprendizaje. Soy yo la que reaprendo de ellos. Nada admiro más que a un bebé pasando horas y horas investigando, observando, palpando y analizando algo tan simple como una piedra o un papel que se ha encontrado por el suelo. No se preocupa por el paso del tiempo, le da igual que fuera haga un día soleado o que haya otros estímulos a su alrededor. El niño está tan concentrado en su piedra, en su papel o en hacer un dibujo y puede pasarse con esa actividad tan aparentemente simple toda la tarde.
La mayoría
de los adultos intervendrían en estos casos quitándole al bebé su piedra y
dándole otro juguete más “entretenido y didáctico”, pues tenemos la falsa
sensación de que un papel o una piedra es algo demasiado sencillo y supone una
“pérdida de tiempo”. Para quién, ¿para él o para nosotros? Porque seguro que
para un bebé, que no ha visto una piedra en su vida, es como para un adulto la
primera vez que ve un iPhone 5. Está descubriendo que la piedra es fría, es dura, que tiene una textura
suave, que pesa, que se diferencia de la alfombra que conoce y ha sentido, del papel y del plastico, tiene
rebordes, colores, brillos…
Todavía me sorprendo cuando recuerdo la enorme inversión de tiempo que hacíamos de pequeñas mi mejor amiga y yo en cada pequeño proyecto que teníamos en mente: construir un tren de cartón, una cadeneta de papel, escribir libros e imprimirlos para vender, formar un club de animales, un minizoo... Cada semana un negocio. Y cada negocio planeado y llevado a cabo con amor, dedicación y perseverancia. Podíamos dedicar fácilmente días enteros a ello y no nos preocupaba, creo que ni siquiera teníamos una conciencia clara del paso del tiempo. Pero disfrutábamos y nos apasionaba. Y los fracasos nos daban igual, porque lo importante había sido el proceso, no los resultados. Lo que nos importaba era cómo nos habíamos divertido y cuánto habíamos aprendido en ese camino.
Hacer eso hoy parece impensable, pues la experiencia y la educación te convierte en pragmático y orientado a objetivos, la sociedad te exige rapidez, productividad, resultados óptimos. Sin estrés parece que la vida no tiene sentido, la paciencia no tiene lugar y la serenidad es erróneamente comparada con la pasividad e incluso son la pereza. ¿Así cómo vamos a ser unos disfrutones?
Pues yo defiendo hoy el sistema de valores y creencias que tienen los niños, la pasión por el aprendizaje entendido como resultado en sí mismo, el disfrute del camino, lleve adonde lleve; defiendo la serenidad, los momentos de silencio, de soledad y de reflexión, y sobretodo defiendo la atención plena en cada actividad de la vida diaria, sea la que sea, pues cada sencilla y aparentemente insignificante actividad de nuestra querida y mal llamada rutina, ofrece diversos aspectos de los que podemos aprender. Tantos, como aquella "estúpida" piedra que investigaba el bebé.
Cabe añadir para terminar este artículo, que la serenidad es una virtud que se acentúa de nuevo en la última etapa de la vida, una virtud que aumenta también el nivel general de satisfacción con la vida de las personas mayores. ¿Vas a esperar a cumplir los 65 para recuperar tu serenidad?
Hasta muy pronto
Hacer eso hoy parece impensable, pues la experiencia y la educación te convierte en pragmático y orientado a objetivos, la sociedad te exige rapidez, productividad, resultados óptimos. Sin estrés parece que la vida no tiene sentido, la paciencia no tiene lugar y la serenidad es erróneamente comparada con la pasividad e incluso son la pereza. ¿Así cómo vamos a ser unos disfrutones?
Pues yo defiendo hoy el sistema de valores y creencias que tienen los niños, la pasión por el aprendizaje entendido como resultado en sí mismo, el disfrute del camino, lleve adonde lleve; defiendo la serenidad, los momentos de silencio, de soledad y de reflexión, y sobretodo defiendo la atención plena en cada actividad de la vida diaria, sea la que sea, pues cada sencilla y aparentemente insignificante actividad de nuestra querida y mal llamada rutina, ofrece diversos aspectos de los que podemos aprender. Tantos, como aquella "estúpida" piedra que investigaba el bebé.
Cabe añadir para terminar este artículo, que la serenidad es una virtud que se acentúa de nuevo en la última etapa de la vida, una virtud que aumenta también el nivel general de satisfacción con la vida de las personas mayores. ¿Vas a esperar a cumplir los 65 para recuperar tu serenidad?
Hasta muy pronto
“El saber
se puede comunicar, el conocimiento sin embargo no. Se puede encontrar, se puede vivir,
puede llenarnos, pero ni se puede decir, ni se puede enseñar”. (Hermann Hesse)
Me ha encantado. .. y la verdad que necesito serenidad! Gracias!
ResponderEliminarDe nada!! Es importante vivir más despacio sí...
EliminarCompartida en mi pagina de face viva40mas. Genial entrada.
ResponderEliminarMuchas gracias Consuelo. Acabo de verlo.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarQué recuerdos!! Creo que nunca he sido tan empresaria como cuando éramos pequeñas... la verdad es que echo de menos, esas tardes de creación y negocios que teníamos, cuando veo a mi hermana pequeña. Ahora los niños no son tan creativos porque les damos la tablet o ipad de turno para mantenerlos ocupados, con lo felices que éramos nosotras con nuestra piedra, ¿eh? Me encanta la serenidad, la asocio al término de entereza, creo que van un poco de la mano, y siempre procuro tener ambas en la mente. Muy buen artículo.
ResponderEliminar:))) Me gusta que te guste. Pues sí, de entereza y de racionalidad. Me parece que las personas serenas tienen reacciones y conductas más apropiadas y adaptativas, toman decisiones más correctas y acertadas y son capaces de ver la realidad con mayor objetividad, que aquellas personas que no lo son. De ahí que considere importantísimo cultivar esta virtud durante la vida adulta, que es cuando más tendemos a carecer de ella. Un besito!
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