Páginas

sábado, 22 de octubre de 2016

Por qué nos gusta tanto HALLOWEEN

Cuando yo era pequeña, en España casi nadie celebraba la noche del 31 de Octubre como tal. De toda la vida celebrábamos el 1 de Noviembre como día festivo, conocido como el Día de todos los Santos, o difuntos. Halloween como tal, tradición originariamente pagana se celebraba la noche del 31 de Octubre sobretodo en la esfera anglicana (Estados Unidos, Inglaterra, Irlanda o Canadá), empleando símbolos como la calabaza (desconozco todos los detalles del origen de la calabaza como tradición aunque deduzco que será porque es la época estacional de esta verdura), los fantasmas, las brujas, y otros personajes fantásticos.

El morbo que produce el miedo, el terror, el pánico, ha ido in crescendo y ha ido ganando seguidores de todo el mundo, extendiéndose la fiesta de Halloween como una especie de virus por miles de países del mundo en las últimas décadas. En la década de los 90, a mis siete u ochos años ya empezamos a celebrarlo también en Madrid. Los primeros años, viendo películas de terror, disfrazándonos y yendo por las casas pidiendo caramelos. No todo el mundo conocía la fiesta y sobretodo las últimas generaciones muchas veces nos miraban desconcertados cuando abrían la puerta y nos veían de esa facha. Me acuerdo de un año en el que me disfracé del personaje de Scary Movie con una careta que echaba un líquido creando efecto "sangre", y yendo casa por casa, un abuelito nos abrió su puerta y tras mi terrorífico "bu" de niña pueril ingenua e inocente, éste se cayó de espaldas del susto -literal- y miraba al infinito muy afectado. Yo me quité la careta rápido traumatizada, no fuera que a aquel abuelito le diera un infarto esa noche por mi culpa. Mis amigas me miraban con cara de: "¿Qué has hecho?" y mi sentimiento de culpabilidad iba creciendo por segundos. Al verme el señor, se le fue pasando el microinfarto y nos preguntó por qué íbamos así vestidas. "¡Es Halloween!" "Jalo ¿qué?". Ni idea.

jueves, 13 de octubre de 2016

Mi psicólogo me dirá lo que tengo que hacer

Hay artículos densos, otros largos pero ligeros, otros largos y densos, y otros breves, pero intensos. A esos les llamo articulines, y son de lectura obligatoria (ja ja).
La frase que titula el articulín de hoy, tanto si eres psicólogo como si no, querido lector, la habrás escuchado con alta probabilidad a algún amigo, compañero o familiar de tu entorno cercano. Muchos ni siquiera reparan en lo absurdo de esta frase, y esto es debido al posible desconocimiento que tendrán y de hecho tiene un escalofriante número de personas (cada vez menor esta cantidad, gracias a Dios y a mi madre que me dio la paciencia), de la función que tiene un psicólogo en realidad.

martes, 11 de octubre de 2016

¿Cómo puedes sentirte así?

¿Alguna vez os habéis encontrado frente a alguien triste, infeliz o desdichado y pensado: "Cómo puede ser que una persona como ÉSTA se sienta así"?

De esto quería yo sentarme a escribir hoy. Un problema que con frecuencia me encuentro en psiquiatría, y no sólo allí sino en la vida cotidiana, es el de la frustración de no llegar a entender por qué personas llenas de cualidades, enormemente capaces, con unas condiciones de vida muy por encima de la media y una trayectoria vital objetivamente satisfactoria, pueden llegar a desarrollar síntomas depresivos como tristeza, sentimientos de vacío, desesperanza o ausencia de expectativas de futuro. No sé si me explico. Hay personas con infancias traumáticas, carencias afectivas o abuso de sustancias de las que más o menos puedes deducir de dónde viene su situación actual, y luego están esas personas que aparentemente tienen la vida perfecta, han tenido una infancia percibida como feliz, han sido amadas con locura y no saben siquiera identificar dónde se ha podido originar todo ese infierno que están viviendo. Y es precisamente de ese tipo de personas de las que quiero hablar hoy, aquí. Esas personas a las que ayudas y cuyo problema atiendes, sí, pero nunca entenderás su causa, su por qué.

La respuesta parece sencilla. No puedes entender que esas personas se sientan así, porque tú no eres esas personas. Pero esta dificultad va más allá de la falta de empatía. Lograr la perspectiva del otro en este caso resulta más complicado, pues lejos de nuestro propio punto de vista, esta persona es objetivamente colocable en una escala de motivos y razones por los cuales un ser humano debería sentirse feliz. De alguna manera nace el impulso de despertar a esa persona de su sueño profundo (¿pesadilla tal vez?) para que vuelva a la realidad objetiva de persona satisfecha y feliz que debería ser. - ¿Acaso no te das cuenta de todo lo que tienes? Pero cómo puedes sentirte así, con toda la gente que hay en el mundo que tiene problemas de verdad, que no tiene ni para comer y tú, con la suerte que tienes y bla, bla, bla... Y empiezan los juicios. Y la persona afectada oye letras pero no escucha el mensaje. Se hace consciente la brecha entre el "debería sentir" y lo que estoy sintiendo. La distancia a recorrer para alcanzarlo es larga, y la energía poca. La culpabilidad golpea, y es entonces cuando surge el sentirse incomprendido, que se suma al sentimiento de culpabilidad, y a esa incomprensión le sigue el sufrimiento.

Porque como siempre digo y repito, el mayor sufrimiento de alguien mentalmente débil es la incomprensión de los que le rodean. Y ojo, aquí la diferencia entre comprender y entender existe y es grande.

Es importante conocer el hecho de que la felicidad no va de la mano con el número de lazos afectivos, ni con la calidad de éstos, con la "suerte en la vida", las posibilidades económicas o el éxito personal y profesional, si bien estos factores ayudan indudablemente a conseguir ese estado de satisfacción plena, no la garantizan. Entre ese estado y la persona existiría un tercer factor, intermediario, que sería el procesamiento de todas esas cosas positivas que tenemos en la vida y el cumplimiento de expectativas mentales que tenemos como individuos, de metas. Si nuestra vida está objetivamente llena de motivos y razones para sentirnos felices pero no nos sentimos así, es posible que tengamos que revisar nuestros valores, nuestras prioridades y nuestras expectativas. ¿Son exageradamente altas? ¿Me estoy focalizando demasiado en ciertos ámbitos de mi vida e ignorando otros? ¿Cuáles son mis prioridades? ¿Qué es importante para mí en mi vida? ¿Qué he conseguido hasta ahora?

Centrarse y anclarse en las causas de un problema no lo solucionan (o eso dicen los psicólogos cognitivo-conductuales en nuestra querida Europa), si bien es importante intentar conocerlas para conseguir ese entendimiento del por qué, esa comprensión completa y profunda del problema, de fondo a superficie, de contenido a forma, de marco a interior. Ayudar a las personas en estos casos a que hagan introspección, a que auto-indaguen, plantearles preguntas que quizás ellos mismos no son capaces de autoplantearse, y lograr ese "darse cuenta", como decía Rogers, esa "toma de conciencia", ésta puede ser la manera más adecuada de intervenir cuando nos encontramos un caso de este tipo, dejando fuera juicios y comparaciones con la norma, con el mundo, con el "debería".

Porque todos conocemos o hemos conocido personas así y al leer este texto estamos pensando en alguien, ¿o no?




¡Hasta muy pronto!





"La incomprensión, más que la imposibilidad de comprender, es la imposibilidad de sentir" (José Narosky)