Hace días leía un artículo sobre maltrato doméstico, en concreto sobre maltrato a la mujer (todos sabemos que los hombres nunca nunca sufren maltrato por parte de la mujer, siempre es al revés... estoy siendo irónica por supuesto). Empecé a pensar en lo simples y frívolos que podemos llegar a ser cuando nos dejamos llevar por corrientes de pensamiento sin poner en duda absolutamente nada. Señoras y señores, el maltrato físico es horrible. Lo es. No tiene peros ni discusión posible. El maltrato psicológico sin embargo no se queda atrás y es muchísimo más aceptado, defendido, sutil, tolerado y silencioso que el físico. Tan silencioso como todas las mujeres y hombres que lo sufren. Tan silencioso como quienes lo practican. Pero todavía más silencioso es el maltrato en general cuando quienes lo sufren son niños.
Un niño es casi por definición inocente e indefenso. No tiene aún la identidad formada ni las capacidades cognitivas desarrolladas, ¿Cómo va a identificar lo que les ocurre? ¿Cómo va a denunciarlo? ¿Qué va a entender, deducir o relacionar si no tiene siquiera la capacidad para ello? Ellos sufren y punto. Y punto.