Esta semana termina Febrero. Con él, terminan otras cosas. El frío polar (aunque este año no nos podemos quejar) o las escasas horas de luz del día son algunos ejemplos. Por otro lado da la bienvenida al mes de marzo y a su primavera mediante una celebración anual: el carnaval. Yo que he crecido ajena a esta festividad caminaba ignorante el viernes noche por Múnich con mi pareja y me sorprendió mucho ver a dos personas en la entrada de un restaurante, fumando. "¿Pero tú has visto cómo va esa mujer, con el frío que hace?" "Creo que va disfrazada. Y el marido va de chulo..." "¿Hay una fiesta de disfraces o algo así?" "No, me parece que esta semana empieza carnaval". Y es entonces cuando me doy cuenta de que efectivamente, somos los únicos paseantes disfrazados de nosotros mismos.
Sí, es carnaval. Mucha gente lo vive, lo disfruta, lo sufre, lo siente. Y yo lo observo. Me disfrazo con muchísimo gusto, de hecho el día de mi cumpleaños va a coincidir con el domingo antes de carnaval así que me imagino que ambas razones van a ser un cocktail peligrosamente potente de celebración.
Por todo el ambiente festivo que rodea mi rutina esta semana, quiero dedicarle un espacio pequeño y acogedor en el blog a esta fiesta pomposa y poco discreta. Pero desde el punto de vista psicológico claro (en este caso de la psicología social). No vamos a perder el norte.
Múnich no es precisamente una ciudad en la que el carnaval se celebre con especial devoción como pueda ser Colonia, Cádiz, Venecia,Tenerife o Río de Janeiro. Es sin embargo una oportunidad que muchos utilizan a pesar de no vivir en la ciudad idónea, para dar rienda suelta a sus represiones, como diría Freud. Así podemos ver como algunas personas desplegan su enorme sentido del humor y lo comunican a través de disfraces irónicos, graciosos, extrovertidos. Otros aprovechan para llamar la atención eligiendo disfraces exuberantes, extravagantes, muy llamativos. Y otros transmiten su hostilidad a través de disfraces agresivos, impactantes. La gama de personajes y objetos a imitar es extraordinariamente variada. Alguna hay por ahí que también aprovecha la ocasión para expresar sus represiones más íntimas en forma de destape.
En carnaval, todo vale.
Sí, es carnaval. Mucha gente lo vive, lo disfruta, lo sufre, lo siente. Y yo lo observo. Me disfrazo con muchísimo gusto, de hecho el día de mi cumpleaños va a coincidir con el domingo antes de carnaval así que me imagino que ambas razones van a ser un cocktail peligrosamente potente de celebración.
Por todo el ambiente festivo que rodea mi rutina esta semana, quiero dedicarle un espacio pequeño y acogedor en el blog a esta fiesta pomposa y poco discreta. Pero desde el punto de vista psicológico claro (en este caso de la psicología social). No vamos a perder el norte.
Múnich no es precisamente una ciudad en la que el carnaval se celebre con especial devoción como pueda ser Colonia, Cádiz, Venecia,Tenerife o Río de Janeiro. Es sin embargo una oportunidad que muchos utilizan a pesar de no vivir en la ciudad idónea, para dar rienda suelta a sus represiones, como diría Freud. Así podemos ver como algunas personas desplegan su enorme sentido del humor y lo comunican a través de disfraces irónicos, graciosos, extrovertidos. Otros aprovechan para llamar la atención eligiendo disfraces exuberantes, extravagantes, muy llamativos. Y otros transmiten su hostilidad a través de disfraces agresivos, impactantes. La gama de personajes y objetos a imitar es extraordinariamente variada. Alguna hay por ahí que también aprovecha la ocasión para expresar sus represiones más íntimas en forma de destape.
En carnaval, todo vale.