Hace poco me tocó leer sobre parafilias sexuales y automáticamente vino a mi mente una experiencia
bastante desagradable que tuve hace unos años, durante un viaje que hice en mi primer año de carrera a Roma con una amiga. Íbamos en el metro en hora punta, repleto de gente hasta los topes, de pie y comentando la noche anterior, en la que habíamos salido de fiesta con un grupo de Erasmus de nuestro hostal. A mi amiga de vez en cuando le dan ataques de verborrea, y éste fue uno de esos momentos. Ella hablaba y hablaba emocionada cuando de repente siento que el señor de mi izquierda se está acercando demasiado a mí. El metro iba lleno, pero él tenía espacio de sobra y al percibir que de alguna forma estaba invadiendo mi espacio vital, me retiré discretamente. En ese momento comprobé que no era un acercamiento casual, pues él se volvió a acercar con disimulo. Tengo que contextualizar haciendo hincapié en mi corta edad, veinte años, y en que por aquel entonces era fácilmente impresionable por cualquier suceso que se alejara de lo habitual (había visto poco mundo por decirlo así), por lo que mi reacción fue la siguiente: me quedé paralizada y blanca como una pared. Mi amiga seguía hablando y yo la miraba aterrorizada intentando comunicar con los ojos lo que estaba ocurriendo, pero ella interpretó que estaba quedándome blanca por lo que me estaba contando, por lo que siguió con su discurso ciega de euforia.
Lejos de terminar ahí aquello, y desesperada porque mi amiga no captara la situación, de repente escuché al hombre gimiendo en mi oreja, primero muy bajito, pero incrementó el tono hasta la evidencia, a la vez que noté un bulto a la altura de mi muslo. Presa de pánico no conseguí moverme y empecé a sudar como un pollo, casi llorando porque mi amiga no me salvaba, ella seguía hablando porque pensaba que mis ojos como platos se debían a su interesante historia. Es curiosa la variedad de reacciones que tiene la mente humana ante situaciones chocantes, aunque la opción de salir corriendo y gritar hubiera estado mejor, estando el vagón como estaba no hubiera sido una opción exitosa. Insistí con la mirada siendo cada vez más obvia y en una de las pausas que mi amiga hizo a lo largo su interminable discurso, me miró y por fin se percató de que algo no iba bien (la sensibilidad parece que no es lo suyo). Tras preguntarme "
¿qué pasa?" y no obtener respuesta, miró al señor, me miró a mí, me agarró bruscamente y me alejó a la otra punta del vagón.
El desconocido se bajó en la siguiente parada atreviéndose además a mirarnos con una sonrisa lasciva desde el andén. Yo seguí un largo rato con la respiración contenida y con taquicardia, naúseas y muchas, muchas ganas de llorar.
Hoy, me vuelve a pasar algo parecido y os aseguro que el hombre no sale vivo de ese vagón.
El frotteurismo: el placer de tocar sin permiso
Este tipo de personas, en su mayoría hombres, abundan en aglomeraciones como el transporte colectivo, una fiesta o en la calle, esperando encontrar una víctima desconocida contra la que frotarse, pues esa conducta es para ellos fuente de excitación sexual. Se trata de los
frotteur. Esta palabra derivada del francés, el
frotteurismo, define un trastorno sexual o parafilia que en muchos casos se considera agresión (en el mío desde luego que sí). Es de hecho la segunda parafilia más frecuente después del
voyeurismo (excitación sexual en la conducta de observar sin permiso a parejas teniendo relaciones sexuales).
Entendemos parafilia por desviaciones sexuales o perversiones, trastornos de inclinación sexual, es decir, conductas poco comunes o extrañas para conseguir la excitación. Y en muchos casos supone agresión a otra persona, pues exige prescindir de su consentimiento.
¿Os parece un trastorno "raro"? Pues es mucho más frecuente de lo que os imagináis. Algunos de los hombres que lo padecen tienen pareja o están casados e incluso tienen relaciones sexuales normales. En ciudades como México y Tokio, donde el transporte público suele estar abarrotado, el
frotteurismo se ha convertido en una costumbre tan extendida, que han tenido que colocar señales prohibiéndolo e incluso habilitar vagones "solo para mujeres". Y no es exagerado: dos de cada tres mujeres habituales del metro de Tokio entre 20 y 30 años aseguran haber sufrido un ataque sexual de este tipo.
Las zonas que los agresores suelen tocar con mayor frecuencia son los glúteos, los muslos, el pecho y los genitales. Mientras lo hacen suelen imaginar que están teniendo una relación sexual con esa persona.
Actualmente se considera acoso o agresión sexual, pues la víctima no consiente este tipo de contacto. Si te ha pasado o te ocurriera alguna vez, no dudes en denunciarlo.
Criterios diagnósticos: ¿Padeces este trastorno?
Según el DSM-IV-R (Diagnósticos de salud mental), deben cumplirse los siguientes síntomas para establecer el diagnóstico de
frotteurismo:
1. Durante un periodo de seis meses experimenta fantasías sexuales recurrentes altamente excitantes e impulsos sexuales o conductas ligadas al hecho de tocar o rozar a una persona en contra de su voluntad.
2. El individuo ha satisfecho estas necesidades sexuales, éstas producen malestar elevado o interfiere dificultando la vida normal.
Esta parafilia requiere por supuesto terapia psicológica. En ella se trabajará en encontrar la raíz de esta conducta y en conseguir que la persona exprese de otra manera alternativa su sexualidad.
Curioso, ¿verdad?
Pues próximamente os contaré más acerca de las parafilias, todo un mundo en psicología interesantísimo a la par que sorprendente, pues son argumentos de multitud de historias de terror, un mundo que por cierto nos rodea, no sigáis creyendo que no conocéis a nadie que sufra este tipo de patologías porque por estadística, a alguien conocéis SEGURO, otra cosa es que no lo sepáis... pues en la mayoría de los casos forma parte de la privacidad del psicópata. Ahí lo dejo...
¡Hasta muy pronto!