Hace nueve años, cuando no tenía ni la más remota idea de qué quería hacer con mi vida y psicología era solo uno de entre los muchos títulos sin contenido que incluí en mi lista de posibles carreras universitarias, leía entre otras cosas los libros de un psicólogo argentino que me gustaba mucho (raro, lo de que sea argentino y psicólogo digo) que se llamaba Jorge Bucay. Escribe tan sencillo y sus textos/cuentos son tan creativos, que activa tus procesos psicológicos más básicos sin que ni siquiera te hayas dado cuenta.
La motivación es uno de los procesos que Jorge (yo ya como si fuera mi amigo de toda la vida) fomenta en el lector. Un cuento que recuerdo me marcó fue el siguiente. Si me permitís, en este artículo voy a ser bastante más coloquial de lo habitual. La verdad, en plenos examenes, el rato que tengo para escribir en el blog me apetece darle otro tono a lo que escribo, no empeorando por ello la calidad del contenido.
El cuento no lo voy a buscar para copiarlo, lo contaré tal y como yo lo recuerdo:
Érase una vez un par de ranitas que daban saltitos por el... campito (vaya manera de empezar, parezco Ned Flanders), cuando de repente encontraron un cubo de madera. Curiosas, las ranitas quisieron saber qué había en aquel atractivo cubo y saltaron al borde para asomarse, con tan mala suerte que ambas cayeron dentro. El cubo estaba lleno de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían; era imposible nadar o flotar en aquella masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente, pero era inútil. Solo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil llegar a la superficie y respirar.
Una de las ranitas dijo en voz alta: "Yo no puedo más. No se puede hacer nada para salir de este cubo, es imposible salir de aquí. Ya que voy a morir, no sé por qué voy a tener que prolongar mi sufrimiento. No entiendo el sentido de malgastar mis energías pataleando para morir agotada si no voy a conseguir nada" (hay que ver el rollo que se ha marcado la ranita para no poder ni respirar). Dicho y hecho, la ranita se dejó hundir y desapareció en aquella masa espesa de nata.
La otra ranita, terca como ella sola y triste por haber perdido a su amiga, dijo: "Yo tampoco puedo más. No se puede hacer nada para salir de aquí. Sin embargo, aunque vaya a morir, prefiero luchar hasta perder mi último aliento. Quiero prolongar mi vida hasta que el cuerpo me lo permita".
Siguió pataleando y chapoteando en el mismo lugar todo el tiempo, sin conseguir moverse ni un milímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, después tantas horas pataleando, batiendo las ancas y chapoteando, la nata se convirtió en mantequilla.
La rana sorprendida y loca de contenta, tomo un respiro (habían sido muchas horas, la pobre) y patinando llegó al borde, donde pudo saltar a la superficie de nuevo. Desde allí pudo volver croando hasta su casa alegremente.
Yo siempre pensé dos cosas.
Una, cómo pudo ser tan insensible la ranita de volver a casa croando alegremente después de que su amiga la hubiera palmado, y la otra, al convertirse la nata en mantequilla mejor no pensar dónde quedaría la otra ranita.
Pero yo pienso demasiado.
La moraleja del cuento se puede sacar con muchísima facilidad y las analogías que hace este autor en forma de cuento me parecen de una inteligencia brillante...
Nunca te dejes caer, no te rindas, aunque no veas el final, aunque parezca imposible, aunque creas que no tiene solución...
La motivación es uno de los procesos que Jorge (yo ya como si fuera mi amigo de toda la vida) fomenta en el lector. Un cuento que recuerdo me marcó fue el siguiente. Si me permitís, en este artículo voy a ser bastante más coloquial de lo habitual. La verdad, en plenos examenes, el rato que tengo para escribir en el blog me apetece darle otro tono a lo que escribo, no empeorando por ello la calidad del contenido.
El cuento no lo voy a buscar para copiarlo, lo contaré tal y como yo lo recuerdo:
Las ranitas y la nata
Érase una vez un par de ranitas que daban saltitos por el... campito (vaya manera de empezar, parezco Ned Flanders), cuando de repente encontraron un cubo de madera. Curiosas, las ranitas quisieron saber qué había en aquel atractivo cubo y saltaron al borde para asomarse, con tan mala suerte que ambas cayeron dentro. El cubo estaba lleno de nata. Inmediatamente se dieron cuenta de que se hundían; era imposible nadar o flotar en aquella masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos ranas patalearon en la nata para llegar al borde del recipiente, pero era inútil. Solo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sentían que cada vez era más difícil llegar a la superficie y respirar.
Una de las ranitas dijo en voz alta: "Yo no puedo más. No se puede hacer nada para salir de este cubo, es imposible salir de aquí. Ya que voy a morir, no sé por qué voy a tener que prolongar mi sufrimiento. No entiendo el sentido de malgastar mis energías pataleando para morir agotada si no voy a conseguir nada" (hay que ver el rollo que se ha marcado la ranita para no poder ni respirar). Dicho y hecho, la ranita se dejó hundir y desapareció en aquella masa espesa de nata.
La otra ranita, terca como ella sola y triste por haber perdido a su amiga, dijo: "Yo tampoco puedo más. No se puede hacer nada para salir de aquí. Sin embargo, aunque vaya a morir, prefiero luchar hasta perder mi último aliento. Quiero prolongar mi vida hasta que el cuerpo me lo permita".
Siguió pataleando y chapoteando en el mismo lugar todo el tiempo, sin conseguir moverse ni un milímetro, durante horas y horas.
Y de pronto, después tantas horas pataleando, batiendo las ancas y chapoteando, la nata se convirtió en mantequilla.
La rana sorprendida y loca de contenta, tomo un respiro (habían sido muchas horas, la pobre) y patinando llegó al borde, donde pudo saltar a la superficie de nuevo. Desde allí pudo volver croando hasta su casa alegremente.
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F I N
Una, cómo pudo ser tan insensible la ranita de volver a casa croando alegremente después de que su amiga la hubiera palmado, y la otra, al convertirse la nata en mantequilla mejor no pensar dónde quedaría la otra ranita.
Pero yo pienso demasiado.
La moraleja del cuento se puede sacar con muchísima facilidad y las analogías que hace este autor en forma de cuento me parecen de una inteligencia brillante...
Nunca te dejes caer, no te rindas, aunque no veas el final, aunque parezca imposible, aunque creas que no tiene solución...
y tú, ¿te vas a dejar hundir o prefieres seguir chapoteando?
Hasta muy pronto...
Me encanta este cuento, Rocío muchas gracias por recordármelo!
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=hTlyzGV4E9g
ResponderEliminarMuy bueno, aqui te dejo mi cuento preferido de Jorge Bucay :D
Qué curioso Carlos, recién publiqué el artículo y me acordé del cuento de la princesa, que también me gusta mucho, aunque lo conocí hace un par de años vía internet, no sé ni si consta en algún libro.
ResponderEliminarPese a que admiro mucho a Bucay por su creatividad e imaginación, y sus libros me encantaban hace años, ahora que ha pasado el tiempo también me he dado cuenta de que como muchos profesionales cuando se cubren de éxito, se relajan o "estancan" en su desarrollo profesional y se centran en la actividad comercial y en mantener el éxito, así hoy encuentro a Jorge Bucay más enfocado a la venta que a la psicología en sí, o quizás sea yo, que me he vuelto más exigente...
Un saludo!
A mi me mola Rocío, Bucay ya pasó. . :)
ResponderEliminarAhí estamos!!!!!! ;-)
Eliminarm'agrada aquest conte,
ResponderEliminarHOLA MOHAMED
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