miércoles, 19 de marzo de 2014

Mi amor, mi vida, mi todo...

¡Feliz miércoles! Mañana abandono Alemania y marcho rumbo a Asia dieciséis días así que estoy con los nervios un poco presentes, como creo que podréis comprender. Pues bien, hace pocos días estaba cenando con un grupo y me di cuenta de lo ridícula que me empecé a sentir de repente llamando a mi pareja en público como nos solemos llamar en la intimidad, y de ahí surgió el siguiente tema de psicología social, un tema interesante a la par que divertido.

Son innumerables los apodos cariñosos que se escuchan entre los miembros de las parejas que nos rodean. No existe más límite que el que dictamina la imaginación. Entre la multitud de relaciones amorosas podemos observar desde las más clásicas, que suelen utilizar apelativos populares como "gordi", "cari", "tesoro", "churri" o "mi amor", hasta las más excéntricas y originales, que inventan sus propios apodos particulares, como por ejemplo estos que he tenido ocasión de escuchar: "coso", "bebits", "meloncito", "chipirón" o "mou".

De los más neutros a los más cursis. Los apodos se convierten en la pareja en palabras clave. Este hecho es bastante llamativo. Es para preguntarse por qué motivo se recurre con tantísima frecuencia a un apelativo cariñoso para referirnos a nuestra pareja en la intimidad, en lugar de llamarle por su verdadero nombre o una abreviatura de éste, como hacemos regularmente con nuestros amigos o nuestra familia. Algunas personas utilizan también apodos en sus círculos sociales. Sin embargo se observa una elección especial y cuidadosa del apodo empleado para llamar a la media naranja, a la que se le atribuye un nombre que le diferenciará de los demás y con el que se le identificará como pareja, de manera que solo sea interpretado por nosotros. Es una forma de otorgar exclusividad. "Solo yo te llamo así. Solo ante mí respondes así". Se tiende a utilizar el nombre completo de la persona únicamente en situaciones en las que se requiere llamar su atención o marcar una distancia emocional, como en el caso de un enfado, en un contexto de discusión o cuando se comunica una noticia importante.

Algunas parejas no sólo utilizan apodos clave para dirigirse al contrario sino que adoptan una manera de hablar muy particular cuando se comunican íntimamente con la pareja. Tono infantil, velocidad de habla reducida, voz de bebé, pronunciación gangosa o sustitución de algunas sílabas por otras que producen un efecto más "tierno". Esto sucede en todos los idiomas (en alemán son por cierto comunes los apodos "ratoncito" y "pajarito") y con excesiva frecuencia en un elevado número de parejas. Es más, me atrevo a decir que Tú, lector, has caído en algún momento de tu vida, ya sea con tu actual pareja o con alguna de las anteriores, en este bucle teatral en el que la adopción de un rol en la comunicación supone un factor esencial. Sea dominante y protector, sea inocente e infantil.

Efectivamente, lo has hecho y sin embargo te resulta incómodamente "ridículo" cuando lo escuchas en otras parejas, no siéndolo en ningún caso cuando el implicado eres tú. De hecho, te resulta tan familiar esa dinámica de pareja que probablemente ni te llama la atención.

Por qué es inevitable el uso de apodos y tonos de voz especiales en la pareja

¿Te imaginas a tu novio hablando con sus colegas como te habla a tí cuando estáis a solas? ¿A tu novia adoptando el rol de niña pequeña o de princesita cuando está con sus amigas? Grima. Lo sé. La mera imagen de una situación así no es solo incómoda, es desagradable. Alguno de vosotros habrá sentido seguro un escalofrío al leer estas líneas. Esa comunicación solo tiene cabida en pareja.

Pero sí, es inevitable. Es inevitable porque cuando la relación se afianza, surge una necesidad no solo de exclusividad, sino de intimidad. La búsqueda de apodos es en el fondo una búsqueda por fortalecer el vínculo con la persona, una búsqueda de complicidad a través de palabras clave que solo puedan ser interpretadas por los miembros de la pareja.

Repasando los apodos que se escuchan en la sociedad he llegado a la conclusión de que las reglas a seguir en la elección son las siguientes:


  • Cualquier defecto puede ser convertido en virtud: "Gordi" viene de gordo de toda la vida, sin embargo como apodo cariñoso parece perder esa maldad e hijoputismo que conlleva el apelativo original. Esto es comparable con "enano", "feo", "fideo". El riesgo de la exageración es encontrarnos con sobrenombres tipo "ciegui", "manqui", "lorcis" y otros del estilo.



  • Los apócopes se llevan: Cualquier palabra si está apocopada, es candidata a ser considerada apodo cariñoso. Así "Peque" es pequeña, "Pitu" es pitufa y "Cuqui"... pues no sé, pero mucho me temo que debe venir de cucaracha.



  • El uso alegre del sufijo afectivo: El abuso de los sufijos -ito e -ita es la manera más fácil de hacer cualquier nombre un apodo cariñoso. Hasta alguien más feo que un orco de Mórdor puede ser llamado "orquito", que ya no parecerá algo negativo.



  • Si la comida está buena... nuestra pareja también: Una manera de elogiar a la pareja es llamarla como algún tipo de comida. Hasta ahora se llevan las cosas dulces: "pastelito", "tocinito", "bollito", pero quién sabe si en un futuro la moda favorecerá otras variedades y lo verdaderamente in será llamarse "salchichita", "filetito", o "huevofrito".



  • Las partes del cuerpo son un must: Utilizar características físicas o exagerar atributos corporales visibles son un clásico. Así escuchamos con frecuencia "ojazos", "culazo", "rubia", "calvito" o "flaquita".


Después de este breve repaso, añadimos un tipo de sobrenombres que son los inventados por la propia pareja, con la finalidad de sentirse más unida y comunicarse mejor.

Ño me habes achí 

Psicólogos expertos insisten en que esta parte lúdica de la pareja es muy positiva pero solo aceptable cuando ambos participantes están de acuerdo. Es decir, si no te gusta cómo te habla o te llama tu pareja, dilo. Algunas personas encuentran ridícula la manera que tiene el enamorado de interactuar y entran en el juego o lo permiten a pesar de repudiarlo por miedo a herir a esa persona. La actitud de quien habla así en pareja sin ser correspondido suele estar relacionada con la necesidad de proteger o ser protegido. Muchas veces incluso con una ausencia de cariño que incita a buscar en la pareja una figura paterna o materna una vez está establecida la confianza. Pues bien, si no es recíproco, es recomendable que le comuniques abiertamente que prefieres que solo te hable así a solas, o que simplemente te llame por tu nombre y deje de decirte palabras que no entiendes, antes de que sea demasiado tarde y te encuentres pasando más momentos bochornosos y desagradables que tiernos.

Es mala idea responder de forma vengativa con sobrenombres irónicos, lo único que ocurrirá será que herirás a tu pareja y crearás malos entendidos.


Para el psicólogo Oscar Urzagasti, los apodos son ambivalentes. Siempre tienen un significado literal y un significado emocional. El significado literal es la palabra como tal, es decir, alguien que te llama "gordi" o "flaquita" no estará dejando de hacer referencia al aspecto físico y puede ser interpretado de tal manera o desde el punto de vista emocional, en el que el apodo se encuentra en un contexto amoroso, alejado del significado real.

Conviene tener cuidado con las llamadas y los mensajes en horas laborales. Una escena tipo "Bridget Jones" o una llamada inapropiada en la que se escucha: "¿Ontá mi bebé?" podría tener consecuencias nefastas. Otro tema importante a tener en cuenta es evitar adoptar este tipo de comunicación en público. La pareja puede o no sentirse incómoda, pero los tonos inapropiados y las exageradas muestras de cariño sí pueden causar incomodidad, desagrado o incluso rechazo, en aquellas personas ajenas a la pareja.



Nos vemos cuando vuelva de Tailandia. Hasta entonces pensaré en vosotros...




¡Hasta muy pronto!


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