Cuando yo era pequeña, en España casi nadie celebraba la noche del 31 de Octubre como tal. De toda la vida celebrábamos el 1 de Noviembre como día festivo, conocido como el Día de todos los Santos, o difuntos. Halloween como tal, tradición originariamente pagana se celebraba la noche del 31 de Octubre sobretodo en la esfera anglicana (Estados Unidos, Inglaterra, Irlanda o Canadá), empleando símbolos como la calabaza (desconozco todos los detalles del origen de la calabaza como tradición aunque deduzco que será porque es la época estacional de esta verdura), los fantasmas, las brujas, y otros personajes fantásticos.
El morbo que produce el miedo, el terror, el pánico, ha ido in crescendo y ha ido ganando seguidores de todo el mundo, extendiéndose la fiesta de Halloween como una especie de virus por miles de países del mundo en las últimas décadas. En la década de los 90, a mis siete u ochos años ya empezamos a celebrarlo también en Madrid. Los primeros años, viendo películas de terror, disfrazándonos y yendo por las casas pidiendo caramelos. No todo el mundo conocía la fiesta y sobretodo las últimas generaciones muchas veces nos miraban desconcertados cuando abrían la puerta y nos veían de esa facha. Me acuerdo de un año en el que me disfracé del personaje de Scary Movie con una careta que echaba un líquido creando efecto "sangre", y yendo casa por casa, un abuelito nos abrió su puerta y tras mi terrorífico "bu" de niña pueril ingenua e inocente, éste se cayó de espaldas del susto -literal- y miraba al infinito muy afectado. Yo me quité la careta rápido traumatizada, no fuera que a aquel abuelito le diera un infarto esa noche por mi culpa. Mis amigas me miraban con cara de: "¿Qué has hecho?" y mi sentimiento de culpabilidad iba creciendo por segundos. Al verme el señor, se le fue pasando el microinfarto y nos preguntó por qué íbamos así vestidas. "¡Es Halloween!" "Jalo ¿qué?". Ni idea.
Pero, ¿Por qué tiene tanto éxito una fiesta cuya finalidad es "pasar miedo"? Hay que ser masoquista, sería lógico pensar. A mí personalmente hasta cierta edad me fascinaban las películas de miedo, y no había nada como verlas sola. Cuando mis padres salían a cenar, por ejemplo. Todavía me acuerdo cuando vi con ocho años la de IT, de Stephen King. Sí, la del payaso. Cuando acabó la película, lo que me costó llegar del sofá del salón a mi cuarto no lo sabe nadie. En mi casa el pasillo tenía además mil esquinas, y en mi mente detrás de cada una acechaba el payaso. Cuando llegué a la cama, ya al borde del pánico, si conseguí dormirme fue por evitar el momento de levantarme y que una mano surgiera de debajo de la cama, o algo así. Qué miedo. Pero yo encantada, ¿Eh? Esa situación había sido pura elección voluntaria y en el fondo había algo que me generaba satisfacción. He visto una película de miedo sola y he CONTROLADO ESE MIEDO. Esa sensación de control era una fuente de placer indescriptible. Y es que de eso se trata.
El control de las emociones
Como muchas veces en esta vida, la ciencia da una explicación a este hecho de masoquismo colectivo. El miedo es una emoción natural, que surge como señal de peligro, real o inventado, presente o futuro. El miedo está altamente relacionado con la ansiedad, y en muchos casos esta unión es inevitable y disfuncional: No tenemos un control sobre ella. El miedo surge y permanece ahí, no podemos hacerlo activamente desaparecer, se esfuma solo cuando la amenaza desaparece y eso no lo decidimos nosotros. Pero en las películas y en las historias ajenas sí.
Nos causa morbo ver una película de miedo, ver escenas de Iker Jiménez del cuarto milenio o escuchar historias terroríficas por un sencillo motivo: la emoción de miedo está bajo control. Nuestro subconsciente sabe que esa situación es ajena a nuestro Yo. Según Francisco Claro Izaguirre, profesor de psicobiología de la UNED: "lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo". Tenemos el control sobre la desaparición del estímulo, de la amenaza. Cerrar los ojos, cerrar el libro, cambiar de canal, son mecanismos suficientes que están a nuestro alcance a modo de "mando a distancia" para manejar ese miedo que nos estamos autoinduciendo. Lo podemos intensificar mirando, o disminuir dejando de mirar, pero tenemos una sensación de control, y el control genera a nivel cerebral una consecuente sensación de placer. Ese placer es lo que hace este tipo de actividades agradables y motiva a que creen cierto grado de adicción.
Generalmente las personas que no tienen una necesidad alta de control, pues tienen una percepción alta de control en su vida, no se sienten tan atraídas por las películas o historias de miedo que aquellas que atribuyen lo que ocurre en su vida a algo externo e incontrolable. Digo generalmente, porque el ser humano es muy complejo y por supuesto hay casos en los que este hecho está relacionado con otros factores.
Por otro lado, de acuerdo con los datos aportados por Glenn Sparks, científico con más de veinte años de experiencia en investigación sobre el tema, solo un tercio de las personas se entretiene con este género, otro tercio lo evita sistemáticamente y el tercer tercio puede tolerar la angustia producida siempre y cuando ésta no sea muy extrema.
Y a tí ¿Te gusta sentir miedo?
¡Hasta pronto!
El morbo que produce el miedo, el terror, el pánico, ha ido in crescendo y ha ido ganando seguidores de todo el mundo, extendiéndose la fiesta de Halloween como una especie de virus por miles de países del mundo en las últimas décadas. En la década de los 90, a mis siete u ochos años ya empezamos a celebrarlo también en Madrid. Los primeros años, viendo películas de terror, disfrazándonos y yendo por las casas pidiendo caramelos. No todo el mundo conocía la fiesta y sobretodo las últimas generaciones muchas veces nos miraban desconcertados cuando abrían la puerta y nos veían de esa facha. Me acuerdo de un año en el que me disfracé del personaje de Scary Movie con una careta que echaba un líquido creando efecto "sangre", y yendo casa por casa, un abuelito nos abrió su puerta y tras mi terrorífico "bu" de niña pueril ingenua e inocente, éste se cayó de espaldas del susto -literal- y miraba al infinito muy afectado. Yo me quité la careta rápido traumatizada, no fuera que a aquel abuelito le diera un infarto esa noche por mi culpa. Mis amigas me miraban con cara de: "¿Qué has hecho?" y mi sentimiento de culpabilidad iba creciendo por segundos. Al verme el señor, se le fue pasando el microinfarto y nos preguntó por qué íbamos así vestidas. "¡Es Halloween!" "Jalo ¿qué?". Ni idea.
Pero, ¿Por qué tiene tanto éxito una fiesta cuya finalidad es "pasar miedo"? Hay que ser masoquista, sería lógico pensar. A mí personalmente hasta cierta edad me fascinaban las películas de miedo, y no había nada como verlas sola. Cuando mis padres salían a cenar, por ejemplo. Todavía me acuerdo cuando vi con ocho años la de IT, de Stephen King. Sí, la del payaso. Cuando acabó la película, lo que me costó llegar del sofá del salón a mi cuarto no lo sabe nadie. En mi casa el pasillo tenía además mil esquinas, y en mi mente detrás de cada una acechaba el payaso. Cuando llegué a la cama, ya al borde del pánico, si conseguí dormirme fue por evitar el momento de levantarme y que una mano surgiera de debajo de la cama, o algo así. Qué miedo. Pero yo encantada, ¿Eh? Esa situación había sido pura elección voluntaria y en el fondo había algo que me generaba satisfacción. He visto una película de miedo sola y he CONTROLADO ESE MIEDO. Esa sensación de control era una fuente de placer indescriptible. Y es que de eso se trata.
El control de las emociones
Como muchas veces en esta vida, la ciencia da una explicación a este hecho de masoquismo colectivo. El miedo es una emoción natural, que surge como señal de peligro, real o inventado, presente o futuro. El miedo está altamente relacionado con la ansiedad, y en muchos casos esta unión es inevitable y disfuncional: No tenemos un control sobre ella. El miedo surge y permanece ahí, no podemos hacerlo activamente desaparecer, se esfuma solo cuando la amenaza desaparece y eso no lo decidimos nosotros. Pero en las películas y en las historias ajenas sí.
Nos causa morbo ver una película de miedo, ver escenas de Iker Jiménez del cuarto milenio o escuchar historias terroríficas por un sencillo motivo: la emoción de miedo está bajo control. Nuestro subconsciente sabe que esa situación es ajena a nuestro Yo. Según Francisco Claro Izaguirre, profesor de psicobiología de la UNED: "lo que producen es cierta fascinación al observar el sufrimiento, el miedo o la muerte desde una posición a salvo". Tenemos el control sobre la desaparición del estímulo, de la amenaza. Cerrar los ojos, cerrar el libro, cambiar de canal, son mecanismos suficientes que están a nuestro alcance a modo de "mando a distancia" para manejar ese miedo que nos estamos autoinduciendo. Lo podemos intensificar mirando, o disminuir dejando de mirar, pero tenemos una sensación de control, y el control genera a nivel cerebral una consecuente sensación de placer. Ese placer es lo que hace este tipo de actividades agradables y motiva a que creen cierto grado de adicción.
Generalmente las personas que no tienen una necesidad alta de control, pues tienen una percepción alta de control en su vida, no se sienten tan atraídas por las películas o historias de miedo que aquellas que atribuyen lo que ocurre en su vida a algo externo e incontrolable. Digo generalmente, porque el ser humano es muy complejo y por supuesto hay casos en los que este hecho está relacionado con otros factores.
Por otro lado, de acuerdo con los datos aportados por Glenn Sparks, científico con más de veinte años de experiencia en investigación sobre el tema, solo un tercio de las personas se entretiene con este género, otro tercio lo evita sistemáticamente y el tercer tercio puede tolerar la angustia producida siempre y cuando ésta no sea muy extrema.
Y a tí ¿Te gusta sentir miedo?
¡Hasta pronto!
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