miércoles, 10 de septiembre de 2014

Relax, take it easy...

8:00 h. Suena el despertador. Me cuesta levantarme, anoche me acosté tarde.
8:15 h. Duchada y vestida, desayuno a toda prisa a la vez que miro el reloj y controlo el paso de los minutos, tengo que salir a y media.
8:45 h. Al final me lié doblando la ropa limpia y no he llegado a coger el tren. Ya no llego puntual al trabajo. Espero al siguiente tren. En cuanto salga del trabajo me voy a la biblioteca a estudiar. Y hoy quiero ir al gimnasio. De hoy no pasa. Mierda, hoy había quedado para cenar con Andrea. Bueno, le puedo decir que quedamos a las ocho y así me da tiempo a ir al gimnasio. Entonces tendré poco tiempo para estudiar... 
9:15 h. Llego al trabajo. Mi jefe tiene muchísimas tareas para mí. Tienen que estar terminadas para mañana. Me va a tocar salir un poco más tarde y ya voy a tener que elegir entre estudiar, quedar con Andrea o ir al gimnasio. Empiezo a sentir que mi día tiene menos horas de las que necesito para hacer todo lo que me gustaría.


¿Te suena? Este tipo de rumiaciones las hacemos todos, principalmente a lo largo de la mañana, momento cumbre de la planificación del día.

Tendemos a exigirnos más de lo que somos capaces de dar
Hay personas organizadas, personas muy organizadas, personas tremendamente eficientes, y luego estamos el resto de los mortales, que nos organizamos "lo normal", o eso nos gusta creer, salvando la semana como podemos. El problema de la gran mayoría de las personas es que queremos dividir el día en minutos y aprovechar cada uno de ellos haciendo algo productivo. Pretendemos estar al 110%. Y claro, como somos personas y no máquinas, "no nos da tiempo a hacerlo todo".

Qué exigentes somos con nosotros mismos y qué mal nos tratamos a veces.

¿Qué es eso que comienza a sentir la persona que protagoniza este fragmento? Efectivamente, está experimentando una situación de estrés, y la causa de su estado es en este caso fácil de identificar: La planificación de su día es bastante poco realista. A estas alturas, y después de vivir bombardeados y saturados de información por doquier sobre esta palabra, veo prescindible detenerme a definir el concepto de estrés y a explicar los signos, síntomas y factores desencadenantes, pues creo que no queda nadie en el planeta que no lo haya vivido o que no sepa de sobra en qué consiste.

¿Tengo estrés o ansiedad?

Como la sociedad utiliza abusivamente esta palabra, sí me gustaría centrarme en delimitar el concepto, en describir qué no es estrés.
Existen diversos modelos y teorias que intentan explicar su mecanismo y sus consecuencias tanto negativas como positivas, pues como ya os comenté hace meses, el estrés tiene una función adaptativa y hasta cierto grado es una emoción beneficiosa. Para introduciros el tema no veo pertinente adentrarme en autores, fechas y datos que no vais a recordar, pero sí cabe hablar dentro de un marco teórico -en base a los distintos modelos existentes-, para que os podáis hacer una representación mental del proceso simplemente.

Volviendo al foco de atención del artículo de hoy, para saber qué no es estrés, es conveniente diferenciar éste de otros conceptos similares. Así, es importante que hagamos una breve distinción entre estrés y ansiedad. Jugamos alegremente con estas palabras en el lenguaje común, añadiendo otras como pánico, nerviosismo o angustia al abanico de alternativas que disponemos para referirnos a lo mismo. Todas ellas parecidas, pero cada una tiene ligeros matices que las hace diferir en significado, el cual conviene conocer, para así la próxima vez que definas cómo te sientes, hacerlo con mayor propiedad. Ambos conceptos comparten síntomas físicos, pero concretamente difieren en lo siguiente:
El estrés proviene del latín stringere y significa provocar tensión. Cuando sientes estrés sabes qué es lo que te preocupa. Puedes identificar los estresores, los acontecimientos que te están haciendo sentir así. La ansiedad es por el contrario un estado más difuso, de causa menos identificable. Cuando le preguntas a alguien con ansiedad por qué se siente así, lo más probable es que te conteste: "No lo sé, por todo en general".

El estrés hace referencia a aquello que nos sobrepasa, que nos desborda, pero que podemos todavía hacer frente. La ansiedad está sin embargo más relacionada con la emoción de miedo, con la impotencia, con la sensación de ausencia de control absoluto.
Y por último un detalle epidemiológico, pequeño pero muy relevante. El estrés lo sentimos por igual ambos géneros. La ansiedad, por desgracia e igual otros trastornos como la depresión, afecta en un porcentaje muchísimo mayor a mujeres que a hombres. Los motivos exactos no se conocen pero me puedo imaginar perfectamente que algunos factores externos sean las excesivas demandas del entorno que sufre este género (hijos, trabajo, casa, etc.) y los internos, las fluctuaciones hormonales que supone nuestra condición. Digamos que el hecho de ser mujer, es ya un gran factor de riesgo para padecer algún tipo de trastorno de ansiedad y un factor de vulnerabilidad a experimentar en mayor medida la emoción estresante.

Las mujeres tienen un mayor riesgo de padecer
trastornos de ansiedad y experimentan un mayor nivel de estrés

El mecanismo del estrés

Bien, ahora que ya sabemos llamar a las cosas por su nombre, vamos a analizar el POR QUÉ. Cuál es la cadena, el proceso, el ciclo del estrés.

Ante cualquier amenaza o situación demandante de nuestros recursos, nuestro cuerpo y nuestra mente se preparan para hacerle frente. Se aumenta el nivel de glucosa en sangre y se liberan ciertas hormonas como la adrenalina, noradrenalina y la famosa hormona del estrés, el cortisol, que producen los síntomas físicos propios del estrés (estado de alerta, aumento de atención, taquicardia, sudoración, aumento de la presión arterial, etc.). Mientras esto sucede, se deja temporalmente de lado la función del sistema inmunitario. Para que nos entendamos, al cuerpo en ese momento lo único que le importa es hacerle frente a la amenaza y todo lo demás le importa un pepino. Este efecto colateral no tiene mayor importancia cuando el estado se mantiene un tiempo corto y limitado, puesto que al satisfacer la demanda, la respuesta de estrés desaparece y el cuerpo se autorregula volviendo a su estado fisiológico normal.
Sin embargo, esto supone un problema cuando la exposición a la situación estresante se da de forma prolongada o frecuente. La mejora de la atención disminuye drásticamente y la capacidad de concentración puede verse mermada o incluso completamente bloqueada. No se si estaréis empezando a atar cabos y a entender por qué en situaciones de un alto nivel de estrés coméis y dormís peor, estáis más despistados que de costumbre, cogéis de repente un resfriado, os sale un herpes en el labio o dejáis de ir al baño con regularidad.


Podréis deducir entonces que si ese estado pasa de una temporada corta a formar parte de nuestro dia a día, ya no estaremos hablando de un resfriado, sino que la situación tenderá a tornarse más grave.

La OMS (Organización Mundial de la Salud) asegura que el estrés participa en el 85% de las patologías que conocemos, y vivimos inmersos en un sistema que nos exige mucho más de lo que somos capaces de gestionar, luego sí es importante aprender estrategias que nos ayuden a tomarnos la vida con más calma y disminuyan nuestros niveles diarios de estrés. No es casualidad que en los países en los que el ritmo de vida es más tranquilo, el nivel de felicidad sea mayor y haya una menor tasa de suicidios.

Así que tras esta pequeña introducción al qué, al qué no, al cuándo y al por qué, vamos a abandonar la enfermedad como foco y vamos a movernos a hablar en términos de salud y bienestar.

Reducir el estrés, aumentar el bienestar

Este mes de Septiembre es un buen momento para empezar a aprender estrategias de relajación, disminuir la frecuencia, la duración y la intensidad de la experiencia de estrés, prevenir sus efectos negativos y aprovechar los positivos. Tu cuerpo y tu mente merecen ser cuidados y mimados, no permanentemente castigados. Vivir calmado no es malo y divertirse no es pecado. Muchos tienen estas creencias negativas bien arraigadas en su sistema de creencias, esto por suerte es todavía susceptible de ser cambiado.

¡Nunca es tarde para aprender! Nunca. Aunque te consideres mayor para ello. Aprendemos todos los días de nuestra vida.

Aquí nos vamos a dedicar a aprender y a compartir esas estrategias. Este mes vamos a pasar de la teoría a la práctica. Como bien dijo una psicoterapeuta muy reconocida: "Jamás enseñes a tus pacientes a practicar algo que no hayas practicado antes tú mismo". Así que en dos semanas empiezo un curso de relajación progresiva (ya os contaré en qué consiste) e iré escribiendo y compartiendo cada experiencia con vosotros.



¡Hasta muy pronto!


"Las dificultades reales se pueden superar, solo las imaginarias son invencibles" (Theodore N. Vail)