jueves, 30 de agosto de 2018

La muerte no avisa

A nadie.

Es como cuando te hacen un truco de magia buenísimo. De repente está contigo y ¡zas! Deja de estarlo. Se convierte en una urna llena de piedrecitas grises y blancas. ¿En serio eso es mi padre? Parece abono para plantas. Tiene que ser una broma. Es imposible que esas piedrecitas hace apenas una semana me estuvieran diciendo que me fuera a Nueva York, se estuvieran riendo con nuestro humor negro y escribieran una carta de despedida que parece un proyecto de fin de carrera. Parece una ilusión, pero era tan real... ¿Dónde está? Su cuerpo ya lo he visto, ¿pero y él?

La muerte no avisa a nadie. No atiende a leyes de la genética, ni a reglas de tres, ni a normas deductivas. Aun así intentamos predecirla y organizarla, como todo lo demás en la vida. José Luis Cerezo Preysler, mi padre, iba al gimnasio a diario, se cuidaba como nadie y tenía una madre que nos había dejado a los 91 años. Pues eso, si tenía 79, parecía que le correspondían al menos diez años más de vida, tranquilamente. Es tanta la soberbia que cuando llega la experiencia de la muerte, lo hace en forma de cura de humildad, pues la única opción que te da es la de asumir que no puedes controlarlo todo, es más, te das cuenta de que en realidad controlas una parte muy pequeña de tu vida. Te haces pequeño. E indefenso. Y puedes buscar desesperadamente alternativas, que no las hay.

Este conocimiento, si bien lo tenemos todos, no está presente todos los días. Lo ves a tu alrededor a menudo, pero cómo va a pasarte a tí. No es hasta que me he despedido forzadamente de mi padre que me ha quedado tan claro el mensaje. Y soy más consciente aún de que más allá de la lógica humana, existe otra lógica, llamémosla divina para entendernos todos.

De lo que no estoy tan segura es de poder transmitir con palabras esa conciencia, creo que las palabras se quedan cortas para describir algunas experiencias. Por mucha empatía que queramos tener, hasta que no te toca vivirlo a ti, este texto serán solo letras.

Seguramente muchos ingenieros se reirían de mí si afirmo que un avión perfectamente construido se ha creado por casualidad. Todas las piezas encajan, sus relaciones hacen que funcione. Hay un trabajo de chinos detrás de cada avión. Cada pieza estudiada y diseñada al detalle con el apoyo de las ciencias físicas y matemáticas garantiza el alza exitosa de este aparato con alas. Sin embargo tenemos el atrevimiento, puesto de moda dicho sea de paso, de decir que el universo, los planetas, entre ellos el nuestro y los seres que lo habitan, están y han sido creados por casualidad, por una suerte de partículas. Ya hay que ser deficiente.

Si me quedaba alguna duda de la existencia de una lógica que se escapa a la nuestra, estas últimas semanas esa duda me ha dado un bofetón en la cara. Todo a golpe de "casualidades". La médico que nos informó el 16 de Agosto de la partida de mi padre a la Otra Vida, nos dijo que se mostraba a nuestra disposición para cualquier tipo de pregunta. Es gracioso, pues de todas las preguntas que me han ido surgiendo, ninguna puede responderla la medicina.

Pero como bien dijo mi padre, ya nos contará.

Y sigo sin saber dónde está: lo que tengo claro es que está.