miércoles, 21 de octubre de 2015

Hablando de ESQUIZOFRENIA (I Parte): Prejuicios

Como algunos sabéis, hace ya dos meses que comencé a trabajar en la unidad de psiquiatría de un hospital universitario de Múnich. En nuestra unidad tenemos un abanico amplio de enfermedades y trastornos pero la inmensa mayoría, exceptuando algún que otro trastorno de personalidad o problema de adicción, se encuadran dentro de los trastornos afectivos (depresión, trastorno bipolar, manía) y de la esquizofrenia.

De los trastornos afectivos hemos hablado ya en muchísimos artículos del blog. No solo podréis leer sobre ellos aquí, pues las redes sociales y en general internet está repleta de información sobre depresión, manía o trastorno bipolar. Es más, sin ir más lejos os diré con baja probabilidad de equivocarme, que en vuestro entorno próximo podríais nombrar al menos a una persona que sufra o haya sufrido un episodio de estos que acabo de nombrar.

Pero la esquizofrenia es otro tema. La esquizofrenia es una enfermedad rodeada de una centena de prejuicios y clichés de los que es difícil desprenderse a no ser que se tome contacto directo con el asunto. Las películas, el terrible pasado de la psiquiatría, con sus manicomios y el maltrato a los enfermos mentales, han hecho mucho daño a la idea actual que el mundo tiene de este campo. Una unidad psiquiátrica no es un lugar donde la gente grita, golpea su cabeza contra la pared y los episodios de violencia forman parte del día a día. No.

Luchando contra los prejuicios

Recuerdo los meses antes de empezar a trabajar. Yo misma estaba muerta de miedo, con la incertidumbre de saber si sería lo suficientemente fuerte emocionalmente para poder llevar a cabo un trabajo así. Tengo bastante experiencia en trastornos afectivos, pero jamás había tratado con nadie que tuviera esquizofrenia. Mi experiencia en esta área se reduce a un libro de psicopatología, y las reacciones de mis amigos, familiares y conocidos no ayudaban. "¿Qué miedo, no?", "Va a ser muy duro, tienes que prepararte psicológicamente", "Tiene que ser durísimo", "Pero estarás siempre acompañada, ¿no?", "trabajar con locos, puff, yo no podría", son algunos de los comentarios que escuché de mi entorno más cercano.

Nada más lejos de la realidad, increíblemente. El primer día de trabajo observaba a los pacientes con respeto, con distancia, pues los prejuicios aún resonaban en mi cabeza: "una persona con esquizofrenia es violenta", "es impredecible", "es incoherente", "es peligrosa".

Tengo que decir que la experiencia me está sorprendiendo positivamente, pues sí es cierto que hay personas que se ríen y hablan solas, se planifican sesiones de electroshock los martes y los viernes como en las pelis, hay pacientes que oyen voces y otros que no son capaces de levantarse de la cama en todo el día, pero no responden meramente al concepto de "locos" como mucha gente lamentablemente piensa, y esto puede sonar estúpidamente obvio, pero sé que con este artículo voy a desmontar la imagen que muchos de vosotros tenéis. Digamos que este trabajo está siendo a su vez una lección de vida que quiero compartir con vosotros. Voy a comenzar destrozando algunos mitos y explicando un poquito de esta enfermedad, tan misteriosa como fascinante, de manera puramente introductoria:

domingo, 6 de septiembre de 2015

La vida moderna y la felicidad

A veces, la mejor inspiración llega cuando uno guarda silencio y observa. Esto es a veces complicado en un mundo en el que el móvil te bombardea a whatsapps cada pocos segundos, en el que tenemos una agenda tan cargada que "no nos da la vida", y en general, en el que recibimos tantos estímulos que apenas queda tiempo para pararse a pensar. En el mundo de los blogs o "blogosfera", como lo suele llamar la gente de este mundillo, si no tienes nada bueno que contar, mejor quédate en silencio o publicarás basura. Mejor calidad que cantidad, sí, y en eso me baso para argumentar mi silencio de estos últimos meses en el blog.

Durante los meses que he estado en Brasil (cuatro y medio exactamente), he podido pararme a observar algunas cosas. Con apenas conexión a internet y una rutina llevada lo mejor posible en una ciudad inhóspita como es Brasília, además de la experiencia maravillosa que es viajar, conocer gente, aprender un idioma y conocer la psicología desde la perspectiva de un país, sociedad y cultura diferentes, he tenido una cantidad inmensa de tiempo para estar conmigo misma. 

Ha sido una experiencia muy positiva, no os voy a engañar, pero también me he enfrentado a algo que no esperaba jamás que me podría pasar. Alrededor del tercer mes, creo que coincidiendo con el fin de la visita de mi novio, empecé a notar un cambio en mi estado de ánimo. Estaba triste. Pero no triste de un día de bajón, no. Estaba triste triste. De esta tristeza que piensas que desaparecerá mañana pero que amanece de nuevo contigo día tras día.

Aparte de que esa situación me sorprendiera por completo, pues me considero una persona feliz, sentirse una así siendo psicóloga supone una responsabilidad enorme pues, ¿qué voy a predicar yo y a quién voy a ayudar si no soy capaz de ayudarme a mí misma? (Sí, esa es la presión con la que vivimos los psicólogos, parece que se esperara de nosotros que seamos máquinas en vez de personas). Y ahí comienzan las autoexigencias y las preguntas: "¿Qué me pasa? ¿Por qué me siento así?", "no debería estar sintiéndome así", "yo debería saber cómo sentirme mejor", "no tengo derecho a estar triste, pues tengo mucha suerte de estar aquí y debería estar agradecida". Y empieza la desesperación, pues por más que luchas contra esa emoción poniendo en práctica todos los recursos que conoces, no desaparece. Te sientes mal por sentirte triste, y eso entristece todavía más. "¿Tendré una depresión? Venga ya... cómo voy a tener yo una depresión...". Lo único que sé, es que sólo quería volver a Europa, echaba demasiado de menos mi vida allí y mi propia negatividad me estaba haciendo insoportable la vida.

El miedo y la tristeza, dos de las emociones representadas
en la película de Pixar.
Así pasé el último mes y pico. Pues hace poco, al volver a Múnich, me recomendaron la película de "Inside Out" (buenísima, definitivamente, no solo para niños, sino también para adultos) en la que explican el funcionamiento de la mente humana de una forma muy simple y muy didáctica. Entre algunos de los mensajes que envía la película, se encuentra el de que la tristeza no es mala, forma parte de nuestro repertorio de emociones y es tan necesaria como todas las demás. Y ahí mi mente hizo "click", y sentí un absoluto alivio.


La vida moderna y la obsesión por la felicidad

Dos semanas atrás empecé a trabajar en la unidad psiquiátrica de un hospital aquí en Múnich y una tarde, al llegar a casa, encontré un paquete de Amazon encima de la mesa del salón. Era para mí. Pensé que era una luz para la bici que había pedido y al abrirlo me encontré una sorpresa que me había enviado mi mejor amiga, así, porque sí. Era lunes y había trabajado hasta las diez de la noche así que os podéis imaginar la alegría que me dio recibir un regalo inesperado. Era un libro. Al principio no entendía mucho el motivo, pero al comenzar a leerlo fui entendiendo el mensaje. 

La autora, entre otras cosas, hace una crítica a la vida moderna gobernada por los Smartphones, Internet y sus redes sociales. La crítica se centra en la imperiosa necesidad que se nos ha creado a las personas de compartir cada momento de nuestra vida con el resto de la humanidad. Facebook, Instagram, Pinterest, Twitter... y no solo de compartir cada momento, no. Porque no compartimos los momentos de aburrimiento en el trabajo o las interminables horas estudiando en la biblioteca. No compartimos fotos del momento esperando en la sala de espera del médico hora y media o madrugando para ir al trabajo comiéndote dos horas de atasco y lluvia, pitando como un loco y llamándole cosas bonitas al conductor de enfrente. Eso no le interesa a nadie. Compartimos momentos en los que se nos ve felices, da igual, aunque no lo estés especialmente, hay que venderlo. Parece una especie de competición: A ver quién está más feliz y quién tiene una mayor calidad de vida. De alguna manera buscas que las personas, aunque no te importen un pimiento, piensen en lo increíble que es tu vida y en cómo les gustaría hacer lo mismo que tú, y que además te lo demuestren con un like que llene tu ego de orgullo y satisfacción. Un buen desayuno, vacaciones en la playa, lo bien que te lo has pasado con tus amigos de fiesta, los regalos que te han hecho por tu cumpleaños... 
Lo curioso es que no estás solo en este duelo de egos, pues la mayoría de tus contactos se dedica a hacer lo mismo, con exactamente la misma esperanza de suscitar... ¿envidia? ¿aprobación? ¿agrado? ¿conseguir popularidad? 

¿Por qué no dejamos de comportarnos como gilipollas? Para que ya hay gente que invierte más tiempo en compartir su vida que en vivirla, que vive más para los demás que para sí mismos y algunos están empezando a perder pelín el norte, sin mencionar a aquellas personas que además viven de ello. ¿Se nos está yendo un poco de las manos? ¿Por qué no dejamos de intentar vender algo que sabemos que no existe? ¡Nadie se siente feliz las 24 h del día! Los seres humanos tienen muchas emociones, y parece que esta nueva vida moderna en la que vivimos nos exige tanto ese estado permanente de felicidad, que empieza a parecer un orgasmo. Si no consigues tener uno, lo finges, y si no te sale ni sentirlo ni fingirlo, te sientes peor por no conseguirlo. 

Para colmo las nuevas empresas utilizan como producto la felicidad y letras características para apoyar este movimiento obsesivo pro-felicidad con frases como las siguientes:


























Son frases motivadoras y muy útiles para días tontos, para momentos de debilidad, yo misma las he publicado en alguna ocasión, pero estamos tan empachados de ellas por tanta difusión en redes sociales y por ese abuso de ellas en el marketing, que luego pasa lo que pasa, llega un día la tristeza y no la recibimos con naturalidad sino que parece que fuese algo malo e inhumano. La reprimimos, la ignoramos, la penalizamos. ¡Vete! ¡Que yo estaba muy feliz en tu ausencia! Pero la tristeza quiere ser escuchada, porque tiene un motivo por el cual ha aparecido.

"Tienes que sentirte feliz" "Sé feliz y harás feliz a los demás", "Si vas a derramar alguna lágrima, que sea de felicidad", "Sonríe y sé feliz", "Sé tú mismo, sé feliz", "Lo que decidas hacer, asegúrate que te haga feliz", "10 pasos para ser feliz", etc. ¿Os habéis dado cuenta de que casi todas son lecciones, frases, con voces imperativas? Haz esto, haz lo otro. ¡Qué agobio! Yo no sé vosotros, pero yo no soporto que me digan lo que tengo que hacer, que me obliguen a sentirme de una determinada manera, y menos sin preguntarme si realmente me apetece en ese momento sonreir o estar contenta.

Igual deberíamos ser más conscientes de que sentir tristeza durante días, semanas o una época es humano, es bueno, es necesario y tiene un motivo, una función. Es útil y qué narices, ¡desahoga que te mueres! Es un estado psicológicamente muy saludable y generalmente suele ser transitorio. Es importante tener presente esto último también. Todo llega y todo pasa. Solo si la época se prolonga más de tres meses (es lo que dicta el manual de diagnósticos de salud mental como tiempo de alarma) es cuando podemos empezar a pensar en un trastorno del estado de ánimo y pedir ayuda, sobretodo si no hay un motivo localizado o identificado por el que sentirse así. ¿Pero si no? ¡Entristécete a gusto! Y permítete sentir... No hay nada más obstaculizante que atascarse en la pregunta "¿Por qué me siento así?" y en las autoexigencias. 

Hay días aburridos, acontecimientos tristes, peleas, discusiones, malas contestaciones, trabajos mediocres, injusticias, frustraciones, fracasos y más fracasos, que te harán sentir triste a lo largo de tu vida. Aprender a convivir con la tristeza natural que causan todas esas cosas es la verdadera puerta a nuestra felicidad.

La palabra "felicidad" perdería su sentido
si no estuviera equilibrada por la tristeza.



¡Hasta muy pronto!








p.d. Este artículo en defensa de la tristeza me ha recordado a este otro haciendo una defensa en toda regla del estrés... desmantelando el tabú de las emociones negativas, pues en el equilibrio se encuentra la clave: El estrés es tu amigo

lunes, 13 de abril de 2015

El psicólogo educativo en el colegio: ¿Dificultades de aprendizaje o de enseñanza?

¡Buenas tardes!

Hace tiempo que no escribo, pues el primer mes de integración en Brasil ha sido muy demandante y no he encontrado tiempo (ni acceso a WiFi) para sentarme a escribir tranquilamente. Como empecé el año hablando de temas de psicología de la educación y dificultades del aprendizaje, empezaré el artículo de hoy virando el rumbo un poco y comentando lo entusiasmada que estoy con el descubrimiento del papel la psicología en la educación aquí en Brasil. Aquí, la llaman psicología escolar. El término "escolar" se ha sustituido en España por "educativa" por el mero hecho de que la educación no solo sucede en contextos escolares, sino en diversos contextos como el social, familiar, político, cultural e incluso a un nivel individual (¿O no está formándose un niño cuando está solo interactuando con el medio o leyendo un libro?).

El papel del psicólogo educativo en España ha cambiado mucho a lo largo de los años y, a pesar de ocupar el segundo lugar, después de la Psicología Clínica, en cuanto a perfiles de actividad profesional, su papel en los centros educativos se ha ido diluyendo en los últimos años, siendo otros los que desarrollan las funciones específicas del psicólogo sin tener la formación adecuada. Un problema fundamental de este área, tanto en España como en Brasil, es la delimitación de la identidad profesional del psicólogo educativo¿O alguien sabe decirme a qué se dedica exactamente un psicólogo en un colegio? La mayoría se limitará a decirme: "a atender a alumnos con problemas, incluyendo a padres y profesores".

Generalmente y aunque el desarrollo teórico está en contra (pues las funciones de un psicólogo educativo van más allá del atendimiento al triángulo alumnos-padres-profesores, sino que se extiende a otros innumerables campos en los que han surgido actualmente nuevas demandas, como son el colegio como sistema, organización o institución, en su contexto politíco, social y cultural, con sus relaciones interpersonales, sus posiciones de liderazgo, sus conflictos individuales, interpersonales y societales, así como la selección de personal escolar, análisis de propuestas pedagógicas, etc.), lamentablemente en la práctica un psicólogo educativo, ya sea por presión social, falta de delimitación de competencias, falta de tiempo o dinámica de equipo inadecuada, suele dedicarse principal y mayoritariamente a la prevención - mediante programas - evaluación y diagnóstico de alumnos, orientación y formación a padres y profesores, resolución de conflictos y atendimiento de demandas. PUNTO.

Ahí va mi pequeña crítica y reflexión a todos aquellos que estáis involucrados en este contexto educativo sea como meros interesados, padres, profesores o por qué no, alumnos.

El hecho de que se haga tanto énfasis en el término dificultades del aprendizaje lleva implícito un foco de los problemas en el alumno, víctima y última culpable de todo lo que da lugar a la demanda que los profesores y el psicólogo educativo reciben. La dicotomía alumno con problemas/alumno sin problemas ligado al determinismo biológico que decide dónde se coloca el límite entre la normalidad y lo que no lo es, coloca a los alumnos ciertas etiquetas, en función de un sistema de notas "objetivo". 

La gente habla siempre de "dificultades del aprendizaje del alumno" y nadie habla de "dificultades de la enseñanza"¿O no es cierto que existen diferencias individuales entre todos y cada uno de los seres humanos? ¿Acaso todos aprendemos igual? ¿No es cierto que hay gente que aprende de forma más social, dinámica, otros sentándose a leer, otros más audiovisualmente? ¿Por qué los colegios se empeñan en no adaptarse a los cambios del mundo actual e insisten en estancarse en sistemas arcaicos, rígidos y jerarquizados, evaluando siempre padres y profesores a los alumnos de manera unidireccional? Tú, aun siendo adulto, reconoce, ¿no te hubiera parecido justo que alguien te hubiese preguntado tu opinión acerca de tus profesores, de los métodos de aprendizaje? ¿Que se hubiese tenido en cuenta tu evaluación?


Recuerdo que en mi colegio se hizo una vez. Los alumnos tuvimos que evaluar a cada uno de los profesores y eso fue una fuente de información fidedigna de lo que estaba pasando en las aulas. En aquel momento, con mis presuntuosos quince años, encontré esa una medida inútil, pues estaba convencida de que la relación personal entre un adolescente y un profesor raramente se ajustaba a la realidad pedagógica que se estaba evaluando. Pero curiosamente, entiendo ahora la importancia de considerar esa bidireccionalidad. No era casualidad que muchos profesores que "caían bien" emplearan un mejor método de enseñanza, tuvieran una mayor consideración del plano emocional, situacional y contextual de los alumnos, o que en resumen, hicieran mejor su trabajo.
Es importante saber qué opinan los alumnos de su aprendizaje, de sus profesores, de su colegio como institución. Si cada uno tomara parte y fuera realmente dueño de su aprendizaje, si se tuviera cierta libertad para elegir cómo aprender, estoy segura de que se evitarían muchos casos de fracaso y abandono escolar, frecuentemente ligados a la desmotivación y falta de confianza en uno mismo por no conseguir adaptarse al sistema impuesto. Es importante tener esto en cuenta, igual que se tienen en cuenta las evaluaciones del psicólogo, igual que se tienen en cuenta las evaluaciones de los padres y profesores.

Y con esta breve invitación a reflexión me despido hasta la próxima... Seguiré investigando y comentando en el blog, he encontrado una cantidad considerable de puntos de contraste analizables en los que me parecería muy interesante profundizar.




¡Hasta muy pronto!



jueves, 26 de febrero de 2015

Trastornos del aprendizaje: Cuando aprender se convierte en una tortura

¡Buenas tardes de jueves!

Estoy muy contenta de estar aquí sentada de nuevo con la motivación y el tiempo suficiente para volver a escribir. Para enmarcar un poco la situación actual del blog, que al fin y al cabo depende del ritmo de mi vida personal y laboral, os voy a resumir un poco los cambios que han tenido lugar antes de comenzar con el tema de hoy. Han sido meses intensos. Para empezar, he dejado de trabajar en la empresa en la que llevo dos años. Dos años maravillosos pero llevaba meses estancada y acabé decidiendo mover ficha en busca de nuevas metas y experiencia en otro campo que es el que me concierne, el de la clínica. Así que aprovechando mi profesión de enfermera, conseguí un puesto en la unidad de psiquiatría de un hospital universitario muy reconocido aquí en Múnich. Iba a empezar en febrero, todo iba a pedir de boca, hasta que de repente mi universidad me ofrece una beca de casi cinco meses en Brasília, capital de Brasil, adonde me mudo el miércoles que viene. Menos mal que aún no había firmado el contrato con el hospital, pues se consiguieron hacer a tiempo los cambios pertinentes y ahora empezaré cuando regrese, en Agosto.

Bien, además de estos cambios tan espontáneos, he estado de exámenes hasta mediados de febrero, e inmersa en apuntes me di cuenta de que hay un área al que me he dedicado más bien poco desde que inauguré el blog, el de la educación y el aprendizaje. Tonteé con el tema en un par de artículos pero en ningún caso profundicé lo suficiente, aun a sabiendas de lo interesante que resulta y de lo que me atrae esta rama de la psicología. Como en los meses venideros todo apunta a que me voy a meter de lleno en ello, creo que es buen momento para empezar a ocuparme con él. Y qué mejor introducción al tema concreto del aprendizaje, que explicar en qué consisten los trastornos del aprendizaje, para abrir boca y detenernos más adelante en temas como la dislexia, la hiperactividad y déficit de atención (TDAH), la disgrafía, el tartamudeo, y otros muchos trastornos que le sonarán familiares a todo el que haya pasado su infancia en un colegio.

Trastornos del aprendizaje


¿Qué es un trastorno del aprendizaje? ¿Te acuerdas de cuando eras pequeño, en el colegio? En clase había algunos alumnos considerados "los más listos" o "empollones", los que bordaban los exámenes, los que resolvían todos los problemas y sabían contestar todas las preguntas. Luego estaban los "normales", por distinguir los grupos de alguna manera, que no destacaban por ser los mejores pero llevaban un ritmo de aprendizaje dentro de los valores considerados normales. Y por último los "vagos" o "malos estudiantes", los alumnos difíciles, aquellos que se situaban al otro extremo del continuo, esos revoltosos que nunca hacían los deberes, que se revolvían en el asiento, que llamaban la atención constantemente. Aquellos que se pasaban la vida castigados o recibiendo reprimendas. Muchos tendrían un trastorno afectivo, otros sencillamente pasaban por una etapa o situación temporal difícil pero sin duda, la mayoría de ellos eran víctimas de un trastorno del aprendizaje no reconocido, pues hoy se sabe que ésta es la causa principal del fracaso escolar.

Es curioso cómo al leer este párrafo podemos pensar automáticamente en ejemplares con nombres y apellidos, pues pareciera que los puestos a asignar dentro de una clase de alumnos de primaria/secundaria fueran roles fijos, ocupados por los niños de distintas generaciones por los siglos de los siglos. Por desgracia los educadores sin vocación también se mantienen por los siglos de los siglos, pasando por alto las potenciales o emergentes alteraciones del desarrollo infantil/juvenil y optando por la vía fácil y sencilla: apoyo a los "listos" y abandono de los más"difíciles", negando la posibilidad de reintegración de estos niños de aprendizaje "lento", dejando a muchos de la mano de Dios y condenándoles al fracaso perpetuo.



Esto último lo he vivenciado yo y creo que puedo hablar en nombre de todos los que me estáis leyendo.

Dejando aparte tópicos típicos, volvemos a la definición de todo aquello que engloba el concepto "trastorno del aprendizaje". Este concepto abarca un espectro de trastornos que afectan a la forma en la que el cerebro procesa la información, manifestándose principalmente en áreas como la lectura, el cálculo, la escritura o la comunicación verbal. El trastorno puede variar en grado de leve a grave y en la mayoría de los casos, y muy al contrario de lo que se pensaba hace décadas, estos niños tienen una inteligencia normal o superior al promedio. Existe una amplia evidencia de que una adecuada intervención a tiempo, basándose ésta en enseñanza de distintas estrategias adaptadas al trastorno concreto, puede prevenir trastornos mayores a posteriori y reencauzar a estos niños posibilitando una integración óptima en la vida social y en el ritmo de aprendizaje escolar (y por supuesto en la vida social y laboral adulta).


Cabe mencionar que un trastorno del aprendizaje no es consecuencia de un retraso mental asociado, de alteraciones neurológicas importantes, de una privación sensorial o de un trastorno afectivo grave, es decir, todos los trastornos que se identifiquen dentro de esas características no podrán considerarse en ningún caso trastornos del aprendizaje (TA). Lo que sí suele producirse, es que estén acompañados de otros trastornos del habla, lenguaje o incluso de conducta, así como problemas emocionales secundarios y alteraciones en la dinámica familiar.

Los trastornos del aprendizaje tienden a afectar más a niños que a niñas, aunque esto es difícil de contrastar ya que una enorme cantidad de estos trastornos no son diagnosticados jamás (pasan desapercibidos o son ignorados) o tienen un diagnóstico controvertido, acompañando al niño y mantenido en el anonimato hasta la edad adulta, teniendo el individuo completo desconocimiento de su problema y a menudo sintiéndose inferior, estúpido y con la autoestima enormemente mermada. Las burlas o las reprimendas por parte de compañeros y profesores son en muchos casos la orden del día, y la víctima suele llevarlo en silencio, por lo que los padres deben estar especialmente atentos. Con frecuencia el niño que lo sufre presenta síntomas de ira, frustración, apatía y en casos graves puede desarrollarse una depresión (como he dicho antes, problemas emocionales secundarios).

No hay que confundir los trastornos del aprendizaje, que generalmente afectan solamente a un área concreta (cálculo, lectura, etc.) sin presentar síntomas significativos en otras áreas, de los trastornos generalizados del desarrollo (T.G.D.) que designan problemas más severos que afectan a todas las áreas del desarrollo infantil.


Cuáles son las causas de los trastornos del aprendizaje

La mayoría de especialistas coinciden en que son consecuencia de una alteración neurológica leve que afecta a la manera en que el cerebro recibe, procesa y envía la información. Suelen ser un factor común en las familias, es decir, tiene un alto componente genético. A menudo aseguran las madres o padres de niños con trastornos del aprendizaje (por ejemplo en el caso de la dislexia) que ellos también tuvieron dificultades o fueron alumnos problemáticos en el colegio, siendo la amplia mayoría no diagnosticados (antiguamente se desconocía mucho este campo).

Qué pueden hacer los adultos una vez detectado un trastorno del aprendizaje 

Ningún cerebro funciona a la perfección y cada individuo tiene un ritmo propio de aprendizaje. La innecesaria y excesiva preocupación de los padres no aporta más que eso, excesiva e innecesaria preocupación, pues a pesar de que estos trastornos duran toda la vida, muchos síntomas se resuelven solos con el trascurso del tiempo. Muchos, pero no todos.

El enfoque debe estar puesto en operar de una manera constructiva:

Una detección e intervención temprana es la mejor forma de prevención.

Los padres pueden hacer mucho por su hijo una vez han identificado el problema, e independientemente de que éste reciba apoyo terapéutico. Las reprimendas y quejas por parte de padres y profesores no sólo no ayudan sino que destrozan cualquier posibilidad de mejoría, pues alimentan la desmotivación, la baja autoestima y un potencial abandono escolar del niño.

Una buena educación en estrategias y técnicas compensatorias es importante, así como la tolerancia y aceptación incondicional del niño, apoyando sus logros, destacando sus cualidades y características positivas, así como minimizando sus fracasos, comprendiendo que no poder no es sinónimo de no querer, haciéndole creer en sí mismo, haciéndole ver que es capaz.



Para terminar el artículo de hoy, os dejo con algún testimonio de algunas personas anónimas, y de otras que os sonarán de algo ;) , que han sufrido algún trastorno del aprendizaje (diagnosticado o no) y cómo se han enfrentado a ellas.






¡Hasta muy pronto!


"El aprender es experiencia, todo lo demás es información" (Albert Einstein)