miércoles, 23 de octubre de 2013

¿Pero no te da vergüenza?

La vergüenza es considerada comunmente una emoción negativa. Lo que para una persona es una situación vergonzosa, para otra no lo es. Una misma persona puede reaccionar vergonzosamente a unas situaciones y a otras no. Es decir, los factores desencadenantes son externos y son muy subjetivos, pues la percepción y evaluación de la situación es completamente individual y varía también culturalmente.

Esta emoción se ha desarrollado ontogenéticamente algo tarde, y es una emoción aprendida. Algunos autores la describen como una emoción social. Podemos observar cómo situaciones que a los adultos les produce muchísima vergüenza, a bebés y niños pequeños no les genera ninguna. Y curiosamente observar la realización de este tipo de situaciones con naturalidad por parte de bebés y niños, provoca risa y activa el buen humor de los adultos. Nada más gracioso que observar a un bebé rojo como un tomate haciendo ruido al apretar para hacer caca o que ver cómo un niño le da besos en la boca a su hermana pequeña sin pudor alguno. Alrededor de los dos años es cuando a través de observaciones, experiencias e instrucciones de los adultos, los niños aprenden las normas y expectativas sociales, adquieriendo así el sentido de la vergüenza.

Un dato curioso de esta emoción es que es exclusiva de los seres humanos. Para que tenga lugar, deben cumplirse ciertos requisitos cognitivos que los animales no son capaces de alcanzar. Y no, cuando regañas a tu perro y agacha la cabeza no está sintiendo vergüenza, las emociones que experimenta serían en este caso miedo y culpa. (este es el ejemplo que ha surgido hoy en una conversación sobre este tema).

La experiencia de la emoción de vergüenza puede ser muy desagradable, tanto, que las personas guardan con enorme facilidad en el recuerdo aquellas situaciones del pasado en las que esta emoción se manifestó de forma muy intensa. Si te paras a pensar, es posible que recuerdes algún evento en el que te sucedió algo y te quisiste "morir" de vergüenza. Los famosos momentos "Tierra trágame" que todos hemos experimentado alguna vez.

Todos conocemos la mítica situación en la que se está viendo tranquilamente la televisión en familia y de repente aparece una escena "subidita de tono", a la que todos miramos casi sin querer y enseguida se toma conciencia de que tus familiares, así como tú, están mirando también. La situación se torna algo incómoda y es en ese momento cuando tu madre reacciona lanzando al aire un comentario sobre el tiempo, sobre si has terminado los deberes o sobre la decadencia de la televisión hoy en día, que en sus tiempos respetaba el horario infantil. Tampoco es infrecuente el ejemplo de aquel que va al baño y vuelve con un trozo de papel higiénico pegado en la suela, enseñando las braguitas porque la falda se ha quedado enganchada o el que come espinacas y se le queda un trozo del tamaño de una moneda de cinco céntimos decorando la paleta o entre los dientes, luciendo éste públicamente al sonreir y convirtiendo el intento de transmitir una simpática sonrisa, en un pérdida automática de la dignidad.

Algún ejemplo te suena, seguro. Y alguno te ha pasado a tí... sabes que sí.

Las funciones de la vergüenza

Después de este pequeño análisis de situaciones vergonzosas cabría pensar: "¿y para qué queremos entonces tener la vergüenza en nuestro repertorio de emociones?". Pero como todos sabéis, la evolución del ser humano no hace nada en vano e igual que el miedo, la ira o la ansiedad, la vergüenza tiene algunas funciones algo más adaptativas que el mero hecho de pasar un mal rato.

Estas funciones, entendidas desde el punto de vista evolutivo, son muy positivas e imprescindibles para una estable y armoniosa vida social. Así pues, la vergüenza sirve como protección de la esfera íntima del ser humano. En la cultura occidental, determinadas partes del cuerpo se relacionan casi exclusivamente con la función sexual y reproductora, convirtiendo éstas en zonas tabú. Es probable que el objetivo de esta "norma implícita" sea proteger al individuo de contactos sexuales no deseados o de la violación del espacio íntimo de la persona.


Por otro lado, el deseo de evitación del sentimiento de vergüenza puede conducir a un aumento de la motivación de logro, posibilitando en consecuencia alcanzar objetivos anteriormente no alcanzables.

A nivel colectivo, podemos decir que la emoción de vergüenza regula nuestra conducta adaptándola a normas sociales y morales aprendidas y no escritas. La aparición de vergüenza nos haría conscientes de cuándo una norma social o moral ha sido infringida, siendo de alguna forma la experiencia desagradable una especie de "castigo natural". Es así responsable del auto-control.


Otra forma de vergüenza también exclusiva del ser humano es la vergüenza ajena (o pena ajena en Latinoamérica) en el que experimentamos una emoción ligeramente menos desagradable y menos intensa, por una conducta ajena a la nuestra que percibimos y evaluamos como "no aceptada socialmente".

Para concluir el texto, podemos añadir que la vergüenza es un subsíntoma de muchas enfermedades y trastornos, como la depresión, ansiedad y trastorno bipolar, siendo muchas veces la observación clínica de esta emoción indicativa de un posible trastorno subyacente.

Parece ser que la vergüenza tiene bastantes más funciones de las que les podías haber atribuido antes de leer este artículo, y que juega un papel fundamental en la adaptación del ser humano a su ambiente, de modo que no te preocupes por aquel día en el que te caíste por las escaleras delante de todo el colegio o te pillaron copiando en un examen... pues la historia perdurará en el recuerdo pero algo valioso aprendiste de ello, te lo aseguro.

y a tí, ¿Qué situaciones te producen o han producido vergüenza en la vida?




¡¡¡HASTA MUY PRONTO!!!




"No sabe tornar a su dueño la vergüenza que se fue" (Séneca)

miércoles, 16 de octubre de 2013

La procrastinación: mejor lo hago mañana


“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy,

déjalo… para pasado.”


Así piensa mucha gente. Muchísima. 

Podemos decir que incluso demasiada. 







Me atrevo a decir que en parte te acabas de sentir identificado. Sí tú, querido lector. Párate a pensar en la lista de cosas que tienes en mente aún por hacer. Algunas llevan ocupando tu mente días, incluso semanas. Y todavía no las has cumplido. Sí tienes tiempo sin embargo para tareas objetivamente menos prioritarias.

¿Sabes acaso priorizar correctamente tus tareas y obligaciones? ¿O eliges tus actividades diarias en función de tus “ganas”?
Tendemos a dedicarnos prioritariamente a actividades como limpiar la casa, ordenar el cuarto, los libros de la estantería por orden alfabético… en lugar de ocuparnos de cosas menos agradables pero más importantes como escribir la declaración de la renta o estudiar para examenes importantes.
Un ejemplo típico y conocido por muchos. Tienes un examen en dos días, te sientas a estudiar y de repente te das cuenta de que tu armario necesita una limpieza a fondo o de que los libros de tu estantería no están ordenados por orden alfabético. Y es urgentemente necesario limpiar el armario y ordenar los libros, aun no habiendo sido capaz de hacerlo el resto del año. De hecho, una fuerza maligna te impulsa a realizar esta actividad tan banal, impidiendo que te concentres en la importante tarea de estudio que estabas llevando a cabo ni medio minuto. 

Así que te levantas y te pones a ello.

A los dos días tiene lugar el examen, y se convierte en la mayor catástrofe del año. Sales frustrado y empiezas a regañarte mentalmente y a preguntarte, ¿por qué no estudié más?

Acto seguido tu pensamiento sugiere falsas autopromesas: “para el próximo examen estudiaré más”. Qué traidor es el pensamiento a veces. Si has cometido el mismo error las doscientas veces en tu vida que has preparado un examen, ¿qué te hace pensar que tu conducta cambiará a la doscientas una? No seas iluso. Si sabes perfectamente que no.

Este fenómeno frecuente y no por ello menos problemático se denomina en psicología “procrastinación”.

Las causas de la procrastinación

Científicos de la universidad de Konstanz (Alemania) han llegado a la conclusión de que las personas actúan así porque consideran que el día de mañana será mejor que el presente para llevar a cabo la tarea. También se ha demostrado que la tendencia a procrastinar disminuye si se plantea la tarea en términos muy concretos y específicos.

Piers Steel, investigador de la Universidad de Calgary, ha desarrollado una fórmula denominada teoría de la motivación temporal: U = EV/ID. Según el señor Steel asegura, esta fórmula explica matemáticamente la procrastinación.
U es la utilidad de la tarea una vez culminada, y su valor es proporcional al producto de las expectativas (E) por el valor que le concedemos al acabar el trabajo (V) e inversamente proporcional a la inmediatez (I) y a la sensibilidad de la persona a los retrasos (D).

Concluyendo, esta fórmula predice que las tareas a las que más importancia damos son las que con mayor frecuencia postergamos. No es pereza entonces lo que se esconde detrás de la procrastinación, sino un exceso de perfeccionamiento

Como curioso ejemplo, pensaba poner una excusa por la tardanza de la publicación del artículo. Para qué. Quien quiere algo, encuentra la manera de hacerlo. Quien no, encuentra la excusa. Podría haber escrito en el tiempo que he empleado en realizar tareas menos costosas, como meterme en Facebook, darme un baño caliente o escuchar música en el salón. Pero he procrastinado esta tarea que tanto me fascina porque en las últimas semanas ha coincidido con mi mudanza, Oktoberfest (semanas de caos, quien vive aquí sabe de qué hablo), una visita inesperada a Munich, mis múltiples trabajos (he empezado ya en la escuela infantil) y el blog ha bajado en mi ranking de prioridades. Además de eso, mi falta de libertad de pensamiento en el último tiempo ha impedido la inspiración y ocurrencia de ideas lo suficientemente buenas como para ser publicadas en mi blog, así que cualquier idea o bombilla que se iluminaba en mi mente acababa fundiéndose, fruto del tiempo de espera a ser desarrollada. Pero ahora que tras la tormenta ha regresado la calma, podría haber retomado tranquilamente y no lo he hecho. He procrastinado la tarea.

¡Pero aquí estoy de nuevo, luchando con este absurdo y perjudicial fenómeno y tras un fin de semana de recuperación en modo marmota, me encuentro llena de energía para retomar todas las tareas relevantes que tenía pendientes!

No volverá a pasar tanto tiempo hasta que vuelva a escribir...




A ver si es verdad, por lo menos aquí queda la prueba escrita.





¡Hasta muy pronto!





sábado, 5 de octubre de 2013

Imaginación vs. realidad

Si te estás imaginando algo que va a suceder y te preocupa, te inquieta  y te crea ansiedad, analiza.

¿Tienes la absoluta certeza de que vaya a suceder? ¿Existe el mismo porcentaje de posibilidades de que suceda y de que no suceda? Entonces piensa por qué eliges aquella opción que más daño te hace, por qué adelantas acontecimientos y por qué te preocupas tanto por algo que aún no ha sucedido y ni siquiera sabes si va a suceder.

A veces sufrimos más con lo que imaginamos que con lo que en realidad sucede.

Te voy a contar una pequeña historia que quizá te haga pensar:

"Había una vez un chico muy tímido llamado Marcos, que vivía en una casa en el campo con su madre. Su vecino, Javier, tenía su edad, y Marcos había escuchado que era algo antipático, aunque la realidad era que jamás había cruzado dos palabras con él.
 Un domingo, la madre de Marcos estaba cocinando y le pidió a su hijo que se acercara a casa de su vecino y le pidiera sal y un par de hojas de laurel. 
Marcos no podía creerse lo que le había pedido su madre. Refunfuñando salió de la casa, dirigiéndose a paso de tortuga a casa de Javier. Mientras caminaba empezó a darle vueltas a la cabeza: "bueno, y ahora pedirle algo a éste, con lo antipático que tiene que ser, seguro que me abre y me mira con desprecio, cuando me vea se va a reir de mí. Además, creo que no le caigo bien, porque un día me crucé con él en el colegio y no me saludó. Seguro que me odia. Y si le pido sal, lo más seguro es que además de reirse y no dármela, me insulta y me cierra la puerta en las narices, y yo me moriré de rabia y de vergüenza. Este tío de verdad es insoportable, no me extraña que no tenga amigos... y si me insulta y me cierra la puerta, yo no sé como voy a reaccionar..."

A todo esto, mientras Marcos iba pensando en el guión de la escena, llegó por fin y cargado de ira a la puerta de Javier, y llamó al timbre.
Javier le abrió y se alegró mucho de ver a su vecino, con el que nunca se había cruzado palabra por timidez. Le iba a invitar a pasar a merendar cuando Marcos, antes de que el otro pudiera abrir la boca, gritó: "¿pues sabes lo que te digo? que me da igual que no me dejes sal y laurel, y si me vas a insultar, que sepas que tú eres el imbécil, no le caes bien a nadie en el colegio y antes de que me cierres la puerta, ¡el que se va soy yo! ¡Adiós!

Os podéis imaginar la cara de Javier...

¿Os habéis encontrado alguna vez en una situación análoga? Nuestros pensamientos son a veces más potentes activadores de nuestras emociones negativas (ira, ansiedad, vergüenza) que la realidad misma.

Preocuparse, hacerse daño o pasarlo mal gratis no tiene sentido. Y muchas veces, esa preocupación tan horrible es tan solo producto de tu imaginación. Piensa si cómo te sientes es debido a la realidad, o más bien se debe a aquello que imagina tu mente. Te ahorrarás muchos disgustos, preocupaciones, decepciones, malos ratos, y sobretodo, evitarás todas esas emociones negativas que te invaden cuando piensas en ello.

Al fin y al cabo, y como dice la conocida frase: "Si el problema tiene solución, ¿para qué te preocupas? Y si no la tiene, ¿para qué te preocupas?"




¡Hasta muy pronto!